El Arzobispo presidió la Eucaristía en la Fiesta de la Ascensión del Señor en el Santuario de Luján

El Arzobispo de Mercedes Luján, presidió la Eucaristía en el VII Domingo de Pascua, Solemnidad de la Ascensión del Señor desde el Santuario de Luján, este domingo 16 de mayo.

La celebración eucarística fue transmitida a través de nuestros canales digitales habituales y los del Santuario de Luján. 

El texto que compartimos es una transcripción textual de la homilía de nuestro padre obispo Jorge Eduardo

Nosotros creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, que en un momento de la historia de la humanidad se hace carne, baja para ser uno de nosotros, igual a nosotros en todo, menos en el pecado.

Es el Hijo de Dios que asume una humanidad, se hace carne como nosotros, igual en todo a nosotros. Pero Jesús nunca experimentó lo que experimentamos nosotros, las malas intenciones, la maldad, la división interior. Jesucristo no lo vivió. Un hombre bueno, santo, con una humanidad sana, no herida como la nuestra, no falluta como la nuestra. Pasó su vida haciendo el bien, anunciándonos a Dios y  las cosas de Dios y sembró una semilla que sigue creciendo, que es la semilla del Reino.

Y en un momento determinado Jesucristo lleva al extremo la encarnación, comparte con nosotros todo, la muerte y el sepulcro. Pero Jesucristo vive algo que es original en Él y que va a originar algo nuevo. Resucita. Hasta Jesucristo nosotros no podríamos hablar de una persona resucitada.  Él resucita.

 Se muestra a sus discípulos, – durante toda la pascua vinimos escuchando los relatos pascuales de Jesucristo vivo en su iglesia, en su pueblo- y hoy, el Señor, que vino del Padre, asciende al Padre, vuelve al Padre. La Pascua completa, la plenitud del Paso, viene de Dios y vuelve a Dios. Pero no vuelve igual, vuelve hecho hombre.

Hoy celebramos la Ascensión. El apóstol Pablo utiliza una imagen que a él le va a ayudar y a nosotros nos ayuda a entender estos misterios de la fe, la imagen del cuerpo. “Somos un cuerpo, Jesucristo es la cabeza, nosotros somos su cuerpo”. 

Hoy celebramos que el Señor llegó, pero llegamos todos. El Señor abrió la puerta de la vida y Él la vive en plenitud, y nosotros, que somos su cuerpo, la vamos viviendo.

Este es el misterio de la Ascensión. El Señor es el Hijo de Dios que plenifica nuestra vida, lo humano y va plenificando toda la historia.

Los hechos de los Apóstoles salen al cruce, al paso, de una herejía. Porque alguno podría pensar, “si Jesucristo ya hizo el camino de la salvación, crucémonos de brazos porque ya está”.

Los Hechos nos relatan que los apóstoles lo vieron subir a Jesús, pero se acerca alguien que les dice: “No miren para arriba. Ahora es el tiempo de los apóstoles, el tiempo de la Iglesia”.

Por eso cuando le preguntan a Jesús cuándo va a suceder esto, él responde: “Esto lo sabe el Padre”.

Desde la Pascua hasta el fin, que es el tiempo que determine el Padre, es el tiempo del Cuerpo, es el tiempo nuestro, para hacer lo que nos decía el Evangelio, “Anuncien la Buena noticia a toda la creación”.

Es interesante lo que proclamamos recién del evangelio de Marcos, porque no dice solamente vayan a predicarle a las personas. No es una cuestión de sólo hablar, de prédica, sino de comunicar la Buena Noticia a toda la creación. Es como si el evangelista nos estuviera diciendo, “desaten este dinamismo que hay en la Pascua, sean capaces de hacer que esta semilla germine en el corazón, en la vida de las personas”.

Comunicar la Buena Noticia a toda la creación es predicar, pero no sólo. Es luchar contra todo lo que oprime, todo lo que daña y poner, – usando la imagen de la Ascensión- , a las personas de pie, elevarlas, levantarlas. Porque el Señor nos ha elevado, nos ha levantado. Es hacer este milagro de una vida que se levanta, que se pone de pie, que se eleva.

El Señor en su Pascua elevó su humanidad, y con su humanidad nos eleva a nosotros, nos levanta.

Y hoy son tiempos para vivir levantados, elevados, con Él. Sin Él yo no podría estar hablando de estas cosas. El que no cree piensa que todo esto es un cuento.

Los que creemos en Jesucristo, que está Vivo y que nos envía a comunicar la Buena noticia y que nos da la fuerza, dice el evangelio de Marcos,  para resistir a los venenos y a lo que nos mata, porque Él está, Él asiste, sabemos que comunicar la Buena noticia no es recitar, no es decir de memoria una narración de fe. Es elevar.

Porque hemos sido elevados, mi misión es elevar, levantar a los otros, en este tiempo, en donde el peso de la vida nos aplasta tanto que uno siente que va para abajo.

Este es el drama de lo humano, que se repite en la historia y siempre va a ser esa tensión. La vida, el barro de la vida, lo humano, las circunstancias; si no es la pandemia, es la violencia; si no es la violencia, es la guerra… El mundo, lo humano, nuestra humanidad, muchas veces conspira contra la elevación que Dios quiere hacer.

Nosotros nos auto boicoteamos permanentemente. Cuando el Señor nos levanta, uno muchas veces juega a ir para abajo, muchos son víctimas de este aplastamiento, muchos quedan atrapados.

Pero esta es nuestra tarea, la tarea de la Iglesia, de los cristianos, de los que creemos, que no podemos clonar los éxitos pastorales del pasado. Nunca fue así, y no va a ser así.

El dinamismo pastoral de la Iglesia se pone a prueba cuando uno es capaz de levantar a los otros, a los que están caídos, atrapados en la telaraña de lo humano, de lo difícil de la vida.

Nuestra pastoral se pone en jaque cuando no somos capaces de comunicar una Buena Noticia que levanta al otro,  que lo pone de pie, que le da horizonte, le da esperanza.

Y a veces sin quererlo, o tal vez por comodidad, – ojalá que podamos decir que porque no lo sabemos -, nosotros colaboramos también con este sistema de aplastamiento y lo religioso no termina de levantar; no porque Jesucristo no tenga la fuerza, sino porque no la tenemos nosotros, no estamos suficientemente convencidos.

La Ascensión del Señor es nuestra ascensión, la elevación del Señor es nuestra elevación.

El trabajo nuestro, creativo, apasionado, novedoso, en estos tiempos también es sanar, afianzar y promover la dignidad humana.

La pastoral nuestra es saber sanar todo lo que está roto, herido, lastimado. Pero también es saber afianzar, saber dar fuerza a aquello que es bueno, dentro o fuera de la Iglesia, afianzar eso que hace bien, que hace más humano lo humano y promover la vida, promover lo verdaderamente humano. Cuanto más creyentes, más cristianos, más humanos.

La Fiesta de la Ascensión es la fiesta de la dignidad humana. El Señor eleva la dignidad humana a un nivel inimaginable, al nivel de Dios.

La Buena Noticia es que la humanidad está redimida gracias a la Pascua de Jesucristo.

Además debemos decir que el Espíritu de Señor, que esperamos con el corazón abierto el Domingo que viene en Pentecostés y todos los días cuando nos levantamos  para que nos eleve, trabaja con nosotros y también sin nosotros.

Por eso el Señor levanta más allá de que muchas veces nosotros no sabemos cómo hacerlo, y el Señor sí lo hace y eso a nosotros nos da una cierta paz.

Queridas hermanas, queridos hermanos.

Celebremos la Pascua de Jesucristo y demos gracias a Dios que nos da motivos para vivir elevados, levantados, pero también nos da la fuerza para ayudar al hermano caído, aplastado. El Señor nos da fuerza

 ¡Qué linda tarea pastoral! ¿Qué es la pastoral?  Levantar, elevar, lo que hizo Jesucristo. Sanar afianzar, elevar, promover la dignidad de las personas.