La imagen y las palabras del Negro Manuel expresan el sentido profundo de mi vida cristiana y de pastor.
Creo en el Dios de la Alianza, Nueva y Eterna, realizada por Jesucristo, con Él y en Él. Alianza de Dios con su pueblo, que hace historia en su caminar y es presencia, semilla y sacramento del Reino de Dios que está entre nosotros en un ya, pero todavía no, constante y definitivo. Alianza entre el cielo, la tierra y el Pueblo que peregrina en Mercedes-Luján, tierras pampeanas (colores celeste y verde), y celebrada en las bodas de Caná de Galilea, en la fiesta del Amor, con la presencia del Señor y de su Madre, que es María y la Iglesia naciente. Alianza realizada en la Cruz, Pasión, Muerte y Resurrección (cruz y báculo). Alianza consumada en la Pascua del Señor y en la efusión de su Espíritu en Pentecostés. Y allí nuevamente la presencia de la Madre, suya y nuestra, dolorosa al pie de la Cruz y luminosa como un sol en el Cenáculo y en Luján (rayera). La presencia delicada de la Virgen de Luján y los colores de la patria, me evocan que mi misión pastoral es servicio encarnado, en una tierra, en un nosotros, en un pueblo, en un aquí y ahora.
La frase del Negro Manuel manifiesta su amor a su Ama, a su Patrona y, como el Magníficat, es un canto a las Maravillas que Dios hace cuando irrumpe en la historia de cada persona y desde los pobres nos libera de toda esclavitud, sanando, afianzando y promoviendo la dignidad humana.
Su lámpara encendida es como la de aquellas amigas de la esposa, la Iglesia, que esperan con fidelidad y perseverancia al Esposo. Su aceite es bálsamo y consuelo para los pobres, débiles, enfermos y sufrientes, para todo el que está herido y necesitado de Amor, Misericordia y Ternura.