En nombre del Papa Francisco, el Nuncio Apóstolico impuso el Palio al Arzobispo Jorge Eduardo

Este sábado 10 de octubre a las 11 HS. en la Catedral Metropolitana «Nuestra Señora de las Mercedes»,  se celebró la Misa de Imposición del Palio al Arzobispo Metropolitano de Mercedes- Luján  y la Misa Crismal.

IMPOSICIÓN DEL PALIO ARZOBISPAL
En nombre del Papa Francisco, el Sr. Nuncio Apostólico, Mons. Miroslaw Adamczyk, impuso el Palio al Arzobispo Metropolitano de Mercedes – Luján +Jorge Eduardo Scheinig. La celebración contó  con la presencia de los obispos de las diócesis pertenecientes a la Provincia Eclesiástica, Mons. Fernando Maletti y su obispo auxiliar, Mons. Oscar Miñarro, el obispo de 9 de Julio, Mons. Ariel Torrado Mosconi y el obispo de Zárate-Campana, Mons Pedro Laxague y su obispo auxiliar electo, Mons. Justo Rodriguez Gallego.

Con fecha 4 de octubre de 2019 nuestra Arquidiócesis ha sido elevada al rango de Arquidiócesis Metropolitana, con la consecuente creación de la Provincia Eclesiástica de Mercedes-Luján. Por este motivo, nuestro arzobispo Jorge Eduardo recibió  el Palio Arzobispal que reciben los Arzobispos metropolitanos en el domingo del Buen Pastor. Como es de público conocimiento, por razón de la pandemia de Covid-19, este año no se celebró la misa de entrega del Palio y el Papa Francisco decidió enviar por medio del Nuncio Apostólico dicho ornamento.


MISA CRISMAL
Así mismo también compartimos  la Misa Crismal que se aplazó durante este año. En cuanto a la participación del clero, por razones de limitación de celebrantes, participaron algunos representantes de las zonas pastorales.

Compartimos el texto de la homilía de nuestro padre obispo +Jorge Eduardo Scheinig

Arzobispado Mercedes Luján

Mercedes, 10 de octubre de 2020

Misa de imposición del Palio y Crismal

+ Jorge Eduardo Scheinig

Ésta es una celebración llena de signos. Si nos disponemos con un corazón contemplativo, místico, es otra oportunidad que el Espíritu Santo nos regala para seguir descubriendo nuestra identidad cristiana.

Somos el Pueblo de Dios, Su Asamblea Santa, Pueblo de Pastores, Pueblo Sacerdotal.

El Evangelio de Lucas que recién proclamamos nos hizo  ver que:

“Todos tenían los ojos fijos en Él” (Lc 4,20)

Jesús, sólo Jesús puede estar en el centro de todas las miradas y al mismo tiempo iluminar a todos sin oscurecer la vida de nadie. Él es la Luz de las gentes. (LG 1)

El Señor nos atrae. Dejar de mirarlo es correr el riesgo de quedar a la deriva, sin horizonte, sin rumbo, sin sentido. Jesús es el centro de nuestras vidas.

Él es la Misión del Padre:

“Dar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. (Lc 4, 18-19)

En estas cuatro formas de necesidad está condensada nuestra miseria humana. Los que padecen por defectos  biológicos, los ciegos; los que sufren por la maldad y la iniquidad de otros, los cautivos y oprimidos; los que deben soportar la injusticia social y económica, los pobres. Toda la miseria del mundo está a la expectativa del Dios que puede sostenernos y contenernos en su infinita Misericordia y darnos la libertad buscada y deseada.

Nos llena de esperanza esa Palabra del Señor: “Hoy se cumple lo que acaban de oír”. (Lc 4,21)  Jesús es la fuerza y la realidad del Reino ya presente entre nosotros. No es una meta de futuro. El Reino es una Novedad verdadera que actúa en el aquí y en el ahora de nuestras vidas para transformarlo todo, absolutamente todo.

Necesitamos creer más en Él, confiar que “Hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Nos haría mucho bien una fe viva en medio de tanta incertidumbre, de tantas injusticias lacerantes y de un mal que por momentos nos atrapa, oprime y esclaviza.

Y porque creemos que Él está y está Su Reino, nosotros estamos exigidos a que Su Misión sea la nuestra. Para esto ha sido convocada la Iglesia y nosotros en ella, para continuar Su Misión, no otra.

Todo el Pueblo de Dios: laicas, laicos, religiosas, religiosos, diáconos, sacerdotes, obispos, todas las edades y todos los carismas y vocaciones, todos hemos sido Ungidos para hacer lo que Él hizo y así cumplir la Voluntad del Padre que es que “nadie se pierda y que todos alcancen la salvación”. (2Pe 3,9; 1 Tim, 2,4; LG 24). Somos un Pueblo sacerdotal. Estamos llamados a ofrecernos y a interceder por la humanidad y por cada ser humano.

La bendición de los oleos y el compromiso que ustedes, queridos sacerdotes renovarán ahora, pone de manifiesto que nuestro único interés es el de Jesús. No tenemos otro, y si lo tuviésemos, porque puede pasarnos que otros intereses se mezclen en el barro de nuestra humanidad herida, estamos dispuestos a purificarnos y  a convertirnos, que es la manera que tenemos para ser santos y estar a la altura de los tiempos.

Voy tomando conciencia que he sido llamado para asumir personalmente la carga pastoral, que es la dulce carga de la vida de las personas concretas, la carga de todo lo humano. Pero también lo hago en nombre de toda esta amada Iglesia de Mercedes-Luján, mi Esposa.

Necesito saber cargar el peso sin miedos, sin escándalos de mi parte, sin inquietudes que me ahoguen el corazón y me desvíen del Camino. Cargar con dulzura, es decir, escuchando, confiando, estando disponible para recibir con los brazos abiertos para abrazar y dar seguridad y sabiendo soportar con paciencia ese cansancio que da sentido a la vida cuando se la entrega.

Sé que necesito estar fuertemente anclado en el Señor. Él es el Viviente, el que está aquí y ahora entre nosotros. Él carga todo el peso del mundo en su Cruz Redentora. Y me carga también a mí y a nuestra Iglesia.

Él es el Buen Pastor, yo soy sólo su ladero, su amigo, pero siervo inútil, al fin.

Así lo manifiesta este signo sencillo pero contundente que el Santo Padre Francisco ha querido poner sobre mis hombros y espalda y que misteriosamente me hace estar unido a él, al obispo de Roma y a su misión. No podría no estar en comunión con Pedro.  

El palio está sobre mis hombros, y sin quitarme nada del compromiso que esto significa, quiero decirles queridas hermanas y hermanos, que no deseo otra cosa que caminemos juntos y juntos sentir la responsabilidad, la co-responsabilidad de la Misión,  la de ser testigos de Jesús y Su Evangelio. Sé que no podría ni ser, ni hacer nada sin todos ustedes querido Pueblo de Dios, especialmente sin ustedes hermanos sacerdotes y pastores.

Somos Pueblo de Pastores.

Estamos llamados a ser una Iglesia Sinodal, una Iglesia que tenga el gusto, el sabor, de “caminar juntos”. Así se los manifesté en mi primera carta pastoral, que vuelvo humildemente a proponerles, con la confianza que seguirá siendo acogida por ustedes queridos pastores y por sus diversas comunidades.[1]

Ya somos varias las generaciones que podemos deleitarnos con ese excepcional acontecimiento del Espíritu Santo como ha sido el Concilio Vaticano II y de tan grandes pastores como San Pablo VI, Juan Pablo I, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora nuestro querido Papa Francisco. La Iglesia post-conciliar, encarnada e inculturada  en los vaivenes de la historia y en diálogo con el mundo, como es de esperar que así lo sea siempre, va tomando cada vez más clara conciencia de su identidad y de su misión y lo hace para mi gusto de manera extraordinaria, y simultáneamente sufrida. Con María podemos cantar una y mil veces, “el Señor hace maravillas en su Pueblo”.

Deseo aclarar que mi visión no es la de un triunfalismo eclesial o mejor dicho eclesiástico desvergonzado y vulgar impropio al Evangelio de Jesús. Sólo deseo expresar que estoy convencido que tenemos muchísimos recursos para caminar juntos y ofrecer al mundo con sencillez y alegría la Novedad del Evangelio para que el Reino de Dios se siga dilatando.

Al mismo tiempo, me llama la atención que en la Iglesia, y en mí mismo, con frecuencia, nos sintamos tan abatidos y desorientados. No quiero ser simplista, las causas de este estado de ánimo son muchas, pero por momentos, pareciese que el espíritu de la desconfianza, tan propio del mundo de este tiempo, nos hubiese tomado y despojado de aquellas mínimas seguridades que nos hacen “sentir en la Iglesia y con ella”, para estar disponibles con máximo realismo y también con máxima generosidad, que ciertamente no se contraponen.

Entiendo que en esta historia que tiene mucho de desierto, los miembros de la Iglesia, como le pasó al Señor,  estamos siendo muchas veces tentados por el padre de la mentira para ser infieles a la Alianza y a vivir una Iglesia autorreferencial. Qué Bueno es saber que siempre habrá un “resto pobre” que permanecerá fiel y abierto a la Misericordia del Señor.

Considero y lo digo sin vacilar, que todo el Magisterio del Papa Francisco es una orientación llena de sabiduría, es una concreción extraordinaria del Concilio Vaticano II, es motivador y nos da permanente aliento para la Evangelización.

El Santo Padre Francisco, tiene una sensibilidad exquisita que lo ha llevado a escuchar el grito de los pobres y de la tierra y nos propone con valentía y audacia, salir de ese “paradigma del poder”, que ha dominado durante siglos y lo sigue haciendo todavía hoy, para pasar a otro paradigma “del servicio y del cuidado”.[2] Cuidado de los pobres, cuidado de la creación.

Él es maestro de “discernimientos profundos”, de “diálogos valientes y osados” y está sin duda empeñado a generar una “cultura del encuentro”.

No es extraño entonces, que en su reciente encíclica, “Fratelli Tutti”, nos invite a soñar con un mundo fraterno y lleno de amistad social. Pero no cualquier fraternidad, no cualquier tipo de amistad social. Francisco nos invita a la sustancia del amor y a pasar de la cerrazón a la apertura. De la cerrazón personal, familiar, grupal, eclesial, nacional a la apertura a los otros, los otros concretos, de carne y hueso, con historias, con biografías, que viven en cualquier circunstancia y pueden ser de aquí o de allá. Nos provoca y mueve a que nos hagamos hermanos de todos, sin prejuicios, con libertad y confianza, dando y recibiendo, al modo de Jesús que es nuestro Buen Samaritano. Somos Pueblo Samaritano.

Claro, para semejante empresa, no son pocos los cambios y las transformaciones que nos exhorta hacer. Por eso entiendo que su lenguaje y sus propuestas, sean para muchos, inoportunas y perturbadoras, y lo maltraten aun sin conocer lo que dice. Y esto, lo sabemos, viene de hermanos de adentro, “que comparten el mismo pan” (Sal 41,10) y de afuera. Porque los cambios que nos propone nos son superficiales, sino radicales y costarán no pocas renuncias.

Me siento en total sintonía con los sueños del Papa Francisco y genera en mí un deseo enorme de trabajar incansablemente para que en nuestra Iglesia Particular podamos concretarlos, tanto con nuestro clero, con nuestras religiosas y religiosos, en nuestro seminario, como así también en todas nuestras comunidades y así, poder trasmitirlo con humildad y sencillez, pero con fuerte convicción, a todos nuestros pueblos y ciudades. No tengo la menor duda que el camino que nos invita a transitar el Santo Padre, es el del Evangelio y por lo tanto, de mayor humanidad y de más dignidad y por eso vale la pena que lo intentemos.

Finalmente, deseo  hacer realidad aquel buen consejo que nos diera Francisco:

“EL obispo, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos”. (EG 31)

Recen por favor para que sea un “pastor con olor a oveja”.

Recen para que sea hermano y padre de todos.

“Soy de la Virgen nomás”, son las palabras de nuestro querido Negro Manuel y es mi lema de ordenación episcopal. Puedo dar testimonio cierto, que en estos tres años y medio que ya estoy entre ustedes, María de Luján ha estado a mi lado y me lo hizo sentir. Por tanto, siento la necesidad de darle públicamente a Ella, nuestra Madre, infinitas gracias.

Quiero agradecer a Su Excelencia, Mons. Miroslaw Adamczyk que con este gesto de imponerme el Palio me ha estrechado mucho más a Pedro, el Papa Francisco y a su pastoreo y a toda la Iglesia.

También a mis hermanos de la Provincia Eclesiástica de Mercedes-Luján: Mons. Fernando Maletti y su obispo auxiliar, Mons. Oscar Miñarro, al obispo de 9 de Julio, Mons. Ariel Torrado Mosconi y al obispo de Zárate-Campana, Mons Pedro Laxague y su obispo auxiliar electo, Mons. Justo Rodriguez Gallego.

Caminemos juntos hermanos, caminemos y anunciemos el Evangelio con pasión, con parresía. Seamos y estemos cercanos, y juntos salgamos a pastorear hasta los confines, sin miedos ni reservas.

[1] Jorge Eduardo Scheinig. “Al ritmo del Espíritu del Señor”. Carta Pastoral al Pueblo de Dios que peregrina en Mercedes-Luján. 9 de noviembre de 2019.

[2] Vale la pena descubrir el pensamiento de Francisco y la línea coherente de su Magisterio releyendo: Evangelii Gaudium, (2013) Laudato Sí (2015) y Fratelli Tutti, (2020). Pero también reconocer cómo va desarrollándose su Magisterio en: Misericordiae Vultus, (2015), Amoris Laetitia, (2016), Gaudete et Exsultate, (2018) y Christus Vivit (2019).

Luego de la homilía,  los sacerdotes renovaron su compromiso sacerdotal,  y se bendijeron  los óleos de los Catecúmenos y de los Enfermos, y se consagró el Santo Crisma

 

La celebración eucarística se transmitió  por medio de los canales oficiales del Arzobispado de Mercedes-Luján: Facebook Arzobispado Mercedes Lujan y  Youtube: Arquidiócesis Mercedes Luján.