Lo que Jesús vino a traer al mundo arde, está vivo, no está muerto.

Domingo de Pascua – 12 de Abril 2020.

Homilía en la Eucaristía de Domingo de Pascua

+Jorge Eduardo Scheinig

Arzobispo de Mercedes- Luján

Santuario Basílica de Nuestra Señora de Luján.

Dicen las escrituras que todo comenzó en el bautismo. Cuando Juan estaba bautizando en el Jordán, se acerca Jesús para ser bautizado por Él. Escuchan que una voz dice “Este es mi Hijo, el elegido, Escúchenlo”. Después de un tiempo prolongado de silencio, de vida oculta en Nazaret, hay una primera manifestación de Jesús en el Bautismo. De ahí, Jesús va al desierto un largo tiempo  y cuando vuelve empieza a predicar y ya nada lo va a detener. Su predicación es una predicación llena de Dios, es muy importante lo que Jesús habla de Dios. Él se refiere a Dios como Padre, más que como Padre, como Abbá, como “papito”. Empieza a hablar de Dios de una manera que la gente dice “habla distinto, habla con autoridad”. Jesús habla de Dios porque lo conoce profundamente y dice que es un Padre lleno de misericordia, lleno de ternura. Todos recordamos esa parábola del hijo pródigo, los dos hermanos. El menor que gasta toda la fortuna y cuando vuelve, el padre lo abraza, lo besa, le prepara una fiesta. Y Jesús dice “Ese es mi Padre y el Padre de ustedes”. Jesús habla del Padre con autoridad. Lo que dice de Dios empieza a molestar, su forma de hablar de Dios, su predicación, molesta  a las autoridades religiosas que creían en Dios, pero posiblemente no lo conocían como lo conocía Jesús.

Pero además Jesús empieza a predicar el Reino. Recordamos “Felices ustedes los pobres, Felices los misericordiosos, los que tienen hambre y sed de justicia.” “Ustedes son la sal, son la luz”. “Ustedes escucharon que se dijo que no había que matar, pero yo les digo que podés matar con la palabra. “Ustedes escucharon que se dijo “Ojo por ojo, diente por diente”, pero yo te digo “Amá a tu hermano, amá a tu enemigo. Y si alguien te pega en una mejilla, presentale la otra” “Y si alguien te pide una túnica, dale el manto”. “Rezá no solamente por tus amigos, sino por tus enemigos”. Jesús habla del Padre y de un proyecto que el Padre tiene para el mundo, para la historia. Un proyecto que él lo llama Reino. Es como una semilla chiquita pero que va creciendo. Es  como la levadura en la masa que fermenta, o como una perla, o como un tesoro escondido que cuando uno lo encuentra lo compromete, se queda impactado, le cambia la vida. El Padre, -dice Jesús- tiene algo para el mundo, para que el mundo sea distinto. Jesús tiene un mensaje fuerte, distinto. Un mensaje que no se da sólo en los templos, se da en la calle, entre la gente.

Jesús empieza a hacer cosas asombrosas. Un paralítico al que Jesús le da la posibilidad de caminar, sordos que empiezan a oír, ciegos que empiezan a ver, mudos que empiezan a hablar. Leprosos, a los que se apartaba por miedo al contagio, se los apedreaba, se los sacaba de la ciudad y Jesús los sana para reintegrarlos a la comunidad. Los enfermos que sana Jesús, paralíticos, sordos, ciegos, mudos, leprosos, e incluso al hijo de una mujer viuda que llevaban a enterrar y lo vuelve a la vida, o su amigo Lázaro. Pareciera ser que Jesús, en sus sanaciones nos está diciendo que el Padre, el Reino, lo que quieren hacer, es poner al hombre de pie.

Porque es verdad que sanaba a ciegos que no veían, pero yo veo y puedo ser ciego. Vos podés oir y podés ser sorda, sordo. Podemos caminar y sin embargo ser paralíticos. Jesús no sólo hablaba del Reino, sino que lo hacía, poniendo al hombre de pie, poniendo a las mujeres de pie, sanando la vida, devolviendo el sentido de la vida. Jesús además era una persona de mucha capacidad para vincular personas diferentes. No armó una secta. Iba haciendo que personas que venían de distintas situaciones se agruparan, formaran comunidad. La Escritura nos dice que formó un grupo que eran muy amigos de Él, que iban a todos lados con Él, los doce. Pero también tenía otro grupo de 25 y otro de 72 discípulos. Tenía comunidades que caminaban con Él, Jesús había hecho una escuela de vida.

En un momento Jesús se entera que su primo Juan El Bautista había sido encarcelado. Y en la cárcel lo matan. Y ahí Jesús se da cuenta que había llegado el momento en que debía ir a Jerusalén. Entonces los discípulos le dicen “En Jerusalén te van a matar”. Y Jesús dice “Yo tengo que sufrir mucho, me van a rechazar, me van a matar, pero voy a resucitar”. Los discípulos no entendían que estaba diciendo Jesús. Pero Jesús se dirige a Jerusalén.

Nosotros en esta Semana Santa celebramos lo que significó en la vida de Jesús, Jerusalén. El domingo que lo reciben, “Hosanna al Hijo de David, sálvanos”; Jesús que cena con sus amigos, sus apóstoles; la traición de su amigo Judas, uno de los doce; enseguida lo llevan preso, las autoridades públicas que se lavan las manos, el Sanedrín, las autoridades religiosas, que lo condenan; el pueblo, algunos del pueblo, que dicen “Crucifícalo”. Lo juzgan, lo condenan, lo torturan, le cargan una cruz, y en las afueras de la ciudad, -porque así trataban a los que eran considerados malditos-, es decir, abandonados de todos y también de Dios, lo crucifican. Muere en la Cruz. Y hay personas que lo ven morir en la Cruz. No es que se durmió, murió en la Cruz. Lo bajan de la cruz. Lo llevan a un sepulcro nuevo, lo depositan en el sepulcro, cierran el sepulcro y toda su comunidad, todos sus discípulos, entran en una desazón, en una desesperanza no menor.

El Evangelio que acabamos de proclamar nos cuenta cómo dos de sus discípulos iban desanimados. Seguramente por la muerte del amigo, pero también por todo lo que ese amigo había despertado y con él se moría. Con él se moría la Vida nueva que él había traído, el proyecto de Reino, el Padre Dios. Con Él se moría no solamente una persona, sino todo lo que Él significaba. En ese caminar lleno de angustia, desesperanza y tristeza, nos dice el evangelista Lucas que al lado se pone a caminar Jesús y no lo reconocen. Jesús los escucha  y les dice: ¿“Ustedes no escucharon que en las Escrituras se decía que el Mesías debía sufrir? Y empieza a hablar con ellos de cosas conocidas. Ellos relatan que adentro suyo empezaron a sentir algo como un calor, como un fuego, algo les pasaba adentro escuchando a Jesús. Pero terminado el camino ya tarde, lo invitan a comer a este peregrino y ahí Jesús realiza el signo de partir el pan, el signo que es identidad nuestra cristiana.

 Lo que hacemos incluso a través de los medios, no podemos dejar de hacerlo, porque esto es nuestra identidad. La Cena del Señor es lo que nos identifica como discípulos suyos y ahí lo reconocen. Entonces se dan cuenta que Jesús está Vivo. Y vivo Jesús renace la esperanza. Pero la esperanza no es un sentimiento. La esperanza es que lo Jesús vino a traer es posible, es realidad. Que el Padre está y que el Reino tiene sentido seguir luchándolo. Ellos mismos se convierten en apóstoles y salen a encontrarse con otros discípulos a decirles “Lo vimos, estuvimos con Él, cenamos con él”. Y los otros le dicen, “nosotros también lo vimos”.

¿Qué celebramos hoy, queridas hermanas, queridos hermanos? Que Jesús pasó de la muerte de la Vida y que lo Él vino a traer al mundo arde, está vivo, no está muerto.

Y que las circunstancias de la vida, las que nos tocan vivir hoy, en este tiempo, en este siglo, en este momento de la historia y las distintas circunstancias que vive el mundo en estos 2.000 años de historia después de Cristo, ha encontrado a las cristianas y a los cristianos de todos los tiempos, frente a la posibilidad de la desesperanza o de la esperanza. En las circunstancias que nos tocan vivir, nuestra decisión es: ¿nos dejamos abrumar o seguimos confiando en Jesús?

El Papa Francisco decía “la esperanza y la fe también son contagiosas”. Para nosotros la esperanza no se hace solamente cuando las cosas van bien. Por eso tiene mucho sentido celebrar la Pascua en este tiempo difícil, de desconcierto. Ahora hacemos la fracción del pan, y ¿qué es lo que nosotros experimentamos? Que Él está vivo, y si Él está vivo, está vivo el proyecto de Dios, la solidaridad, la fraternidad. Y nos tendremos que arremangar más los pantalones, apretar más el cinto, tendremos que tener más fuerza interior, sacarla de donde muchas veces no la tenemos. Pero nosotros seguimos apostando al proyecto de Jesús.

Él está vivo. Nosotros estamos vivos. Los invito en esta Pascua a renovar la confianza en el Señor.

No bajemos los brazos. No bajemos los brazos. Siempre hay motivos para bajar los brazos. Pero dejemos que el Señor nos levante. Los invito de todo corazón a celebrar que el Señor está Vivo y nosotros estamos vivos con Él.