El Arzobispo presidió la Eucaristía en la Basílica de Luján, acompañado por el Equipo sacerdotal de la Basílica, a puertas cerradas sin presencia de fieles por la emergencia sanitaria. La misma se transmitió por canal Santa María, FM Santa María 88.1, facebook del Arzobispado y canales de youtube y facebook del Santuario de Luján.
HOMILIA EN EL CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
Santuario Basílica de Luján
+Mons. Jorge Eduardo Scheinig
En tres domingos, vamos a estar celebrando la Pascua de Jesús, su muerte y su resurrección. Pero en su muerte y su resurrección, también celebramos nuestra muerte y nuestra resurrección. Con Él morimos y con Él resucitamos. Por eso este tiempo de Cuaresma es un tiempo para prepararnos a su Pascua y a nuestra pascua también. Estamos invitados a hacer el camino siempre del pasaje de la muerte a la vida.
La Palabra de Dios nos viene acompañando para entrar a este misterio.
El domingo pasado Jesús se encontró con la samaritana en el pozo de agua y le regaló agua viva para que no tuviera sed. Hoy leemos la curación de un ciego de nacimiento y Jesús le regala la luz. El domingo que viene, vamos a leer la resurrección de Lázaro, el hombre que pasa de la muerte a la vida. Agua, luz y vida, todo tiene que ver con el Bautismo. En el bautismo de cada uno de nosotros, celebramos nuestra primera Pascua. Nos asociamos de tal manera a Jesús que ya quedamos definitivamente insertados en Él y siempre el Señor nos va a llevar a la vida.
Hoy el Evangelio de Juan nos invita a mirar esta escena fundamental para la vida de este hombre ciego de nacimiento. Hoy hay muchos institutos, muchas personas que trabajan con los que no pueden ver. Pero en la época de Jesús, un ciego no tenía sólo una dificultad física, sino que su vida era dificilísima. Por eso un ciego que permanecía en la oscuridad desde su nacimiento, de alguna manera era considerado muerto, una persona “muerta en vida”.
Se encuentra con Jesús. Jesús hace barro con su saliva, se lo pone en los ojos y lo manda a lavarse a la piscina de Siloé, que traducido significa “Enviado”. ¡Qué simbolismo! Se encuentra con Jesús, Jesús lo toca y se lava en la piscina del Enviado. Ahí, comenzó a ver. Le cambia la vida. Un hombre que vivía en la oscuridad, muerto en vida, ahora vive.
Se va a encontrar con Jesús más tarde, y él, como era ciego no tenía idea quién lo había curado. Y Jesús le pregunta. ¿Vos creés en el Enviado, en el Hijo del Hombre? Y el ciego le dice ¿Quién es? El que estás viendo, le dice Jesús. Y el ciego dice, CREO.
Empezó a ver con los ojos, fisícamente, pero ve más. Ve a Jesús y lo va a reconocer como el Enviado, como el Dios que viene a traer Vida y Vida en abundancia.
Jesús lo ayuda a ver, pero también le da otro don, que es el don de la fe. Este hombre ciego, ve y cree. Es una persona plena, Jesús le cambió la vida para siempre.
El evangelista Juan también habla de otras personas que están alrededor de la vida de este ciego, familiares, amigos, conocidos. Y a pesar de ver que antes no veía y ahora ve, no pueden reconocer el signo que hizo Jesús. Y mucho menos los sabios religiosos de la época, aquellos que tenían aparentemente la experiencia más grande de fe, no son capaces de ver lo que está haciendo Dios, no reconocen a Jesús como el Enviado, como Aquel que viene a dar vida al que no ve.
Hoy la Palabra nos invita a dar un salto fundamental en la vida: CREER. La fe para nosotros no es sólo ver, es VIVIR. Jesús nos ha regalado la fe, nos ha regalado vida. Creer es Vivir. Es una manera de ver la vida, de pensarla, de interpretarla, de sentir. Creer es Vivir.
En poquito tiempo el mundo entró en una penumbra, una oscuridad que se va aumentando día a día entre nosotros y eso genera mucho miedo. Toda esta situación que está viviendo el mundo y que estamos viviendo nosotros genera mucho susto, zozobra, no sabemos lo que va a pasar.
Hay algunas personas que dicen ser muy religiosas, cristianas, pero con un lenguaje apocalíptico. Dicen creer en Jesús, pero hablan de castigo. Nosotros los sacerdotes hemos escuchado muchos argumentos “aparentemente religiosos”, pero nada tienen que ver con Jesús y su Evangelio.
El Señor es el Dios de la vida y en estos tiempos difíciles de enfermedad y de muerte, el Señor en el que yo creo y en el que estamos invitados a creer, el Señor que nos libera de la ceguera y nos da la luz de la fe, es el Dios del Amor. Es el Dios que lucha a favor nuestro, que carga la cruz nuestra. Jesús es Dios de vida siempre, no castiga. Esto no es un castigo de Dios. Dios no castiga. Dios está de nuestro lado. Dios está a favor nuestro. Dios quiere que veamos. Dios quiere que tengamos vida. Y entonces está metido en el mundo y nos acompaña.
Dejénme darles mi testimonio “Yo veo la presencia de Dios. No puedo no verla. El Señor me ha liberado de la ceguera. Lo veo presente, animándonos, en tantísimas personas que tienen una capacidad oblativa enorme, y ven al otro más que a sí mismo. A los médicos, los enfermeros, los hemos aplaudido en esta semana reconociéndoles la entrega. Ahí hay una enorme fuerza de Dios. Hay tantas personas de seguridad, los líderes, los que están llevando adelante las decisiones tan importantes. Para nosotros, ahí está la mano poderosa de Dios. Pienso en una persona que está sola, una persona anciana sola en su casa ¿de dónde le viene esa resistencia, esa fuerza, sino de Dios? Los pobres, que siempre de una u otra manera padecen, ¿de dónde sacan esa fuerza?; esas personas que viven del sueldo de todos los días, y ahora tienen que pelearla mucho. Yo creo sinceramente, en la presencia de ese Dios metido entre nosotros, dándonos fuerza para luchar en esta vida.”
Queridas hermanas, queridos hermanos. Todos corremos el riesgo de ser ciegos, que nos falte la fe. Estos son tiempos para la fe y la confianza en nuestro Dios. Eso te da una luz. Si sos una persona creyente, sos una persona luminosa. Dios te convierte en una persona de luz, das luz, das confianza al que tenés al lado; ahora que tenemos que estar en casa, ustedes papás a sus hijos, entre nosotros, en el matrimonio, a los vecinos, en las llamadas de teléfono, en los mensajes.
Las personas creyentes no nos escondemos de la realidad, pero el Señor nos ha dado la capacidad de mirar con confianza la realidad.
Los invito a que le pidamos al Señor que nos libere de toda ceguera y que podamos ver la fuerza que Dios tiene entre nosotros. Y que seamos personas luminosas. Son tiempos en que por muchas razones aparecerá lo mejor de nosotros, pero también puede aparecer lo peor de nosotros. Agarrémonos de Jesús, para que aparezca de nosotros, lo mejor.