Queridos hermanos,
Iniciamos, por la gracia de Dios, una nueva cuaresma en nuestra vida. Es el tiempo que nos da la Iglesia para prepararnos a la Pascua. En la carta que nos envía el Papa Francisco la llama “Tiempo de renovación y de gracia”
Con frecuencia nos sentimos agobiados por diversos problemas que tenemos en nuestra realidad eclesial y lo problemas que aquejan el mundo que nos rodea. La cuaresma es una invitación para contemplar en el horizonte la luz de la Pascua.
La Iglesia, a través de la liturgia, nos ofrece textos de la Palabra de Dios llenos de significado que son una autentica fuente para reconstruir las relaciones en nuestra familia y en nuestra comunidades.
Es la Palabra de Dios la que permite hacer crecer en nosotros los mismos sentimientos de Cristo “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores, así serán hijos del Padre que está en el cielo” Mt 5, 44-45
Por eso los invito para aprovechar la liturgia de la Palabra que nos ayuda a convertirnos. Necesitamos, dice el Papa, oír el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Un segundo medio que intensificamos durante la cuaresma es la oración. Tomamos conciencia de vivir en el desierto y es aquí cuando experimentamos fragilidad. Todo lo que nos sostenía, ya no está y en nuestra pobreza elevamos los ojos al cielo como los apóstoles ante la tempestad ¡Sálvanos Señor!.
Esta conciencia de sabernos salvados la experimentamos en la oración.
La oración es el deseo de nuestro corazón de estar unido a Dios, es conciencia de saber que El es un Padre que me ama y ama a quienes me rodean. Así nace la auténtica fraternidad. Somos todos hermanos e hijos de nuestro buen Padre Dios.
En la cuaresma se fortalece esta toma de conciencia de saberme amado, acompañado y cobijado por el amor de Dios. Podemos estar rodeados de oscuridad pero esta conciencia nos cambia, cambia nuestro corazón, nuestras actitudes y hasta nuestros rostros. Si mantenemos, ayudados por la gracia, la unión con Dios, construimos la comunidad porque llegamos a ser signos y portadores del amor de Dios para quienes se acerquen a nosotros.
Un tercer medio característico de la cuaresma es el ayuno. Tiene una dimensión física que se refiere a los alimentos, pero es un signo de una realidad interior. Es el desear vivir la Palabra, es nuestro deseo de expiación por nuestros pecados y los pecados de nuestros hermanos, es una voluntad ayudada por la gracias para evitar cualquier forma de egoísmo que anula en nosotros la acción del Espíritu de Dios que nos prepara al gozo de la Pascua.
Y un cuarto elemento propio de la cuaresma es el ejercicio de las obras de caridad. Esta dimensión es un fruto de las anteriores. Si hemos meditado la Palabra, si hemos vivido en la presencia de Dios mediante la oración y hemos renunciado a las obras de las tinieblas, permitimos a nuestro corazón abrirse en la caridad hacia el prójimo. Particularmente por los pobres, enfermos, alejados, no creyentes y a todos aquellos que sufren o nos hacen sufrir.
El centro de nuestra vida es Cristo y El se presenta pobre.
Este Jesús débil y pobre es nuestro modelo y nuestro amor. La semejanza es la medida del amor por eso queremos vivir el estilo de vida de Jesús que estuvo cerca de los pobres y los enfermos. Por eso imitamos a Cristo pobre y vivimos la solidaridad como El la vivió y damos al que necesita.
Hoy, dice el Papa en su carta para esta cuaresma, se puede hablar de la globalización de la indiferencia. Indiferencia hacia Dios y hacia el prójimo. Esta conversión cuaresmal crea fraternidad, nos hace vernos como hermanos, pasamos por alto las distancias y tratamos de amar a los demás como los ama Cristo. Así, diría el Papa, nuestras parroquias y comunidades lleguen a ser islas de misericordia en medio del mal de la indiferencia.
Además de este amor concreto por cada uno, sobre todo por los últimos, trabajamos por la causa de la justicia.
Sentimos el deber de denunciar todo atropello que daña a nuestros hermanos y ofende a Dios.
Este amor apasionado por Dios y por nuestros hermanos nos hace soñar, como dije en el último Tedeum de la Basílica y frente a los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, en una Patria donde cada argentino pueda llevar una vida digna, pueda educar a sus hijos, pueda cuidar la salud de su familia y tenga un trabajo con el que lleve el pan a su hogar.
Queridos hermanos: este tiempo litúrgico nos lleva a ser discípulos fieles y misioneros ardientes del Señor Jesús.
El quiso quedarse en la Eucaristía para que, entrando en El, crezca la comunión entre nosotros. Y “Si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” 1 Jn 4,12
¿Cómo? Pensando siempre bien de todos, hablando siempre bien de todos y haciendo siempre el bien a todos.
El Papa nos propone vivir el 13 y 14 de marzo, 24 horas para el Señor. Cada comunidad verá el modo de realizar esta iniciativa.
Estoy convencido que una fiesta la vivimos en la medida en que la preparamos.
Este tiempo nos lo ofrece la Iglesia para preparar la Pascua que es para nosotros principio de vida nueva. Al final de su carta, el Papa nos pide que tengamos un corazón pobre que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Quiera el Señor que le abramos las puertas de nuestro corazón para poder vivir en plenitud “la alegría del Evangelio”.
Recemos, queridos hermanos, los unos por los otros para que así sea.
Con afecto fraterno,
+ Agustín