Mensaje del Papa Francisco para la Jornada de oración por las vocaciones

«La vocación surge del corazón de Dios», pero brota sólo «en la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia del amor fraterno», y es «un fruto que madura en el campo bien cultivado del amor recíproco que se hace servicio mutuo, en el contexto de una auténtica vida eclesial». Porque «ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma». Es lo que escribe el Papa Francisco en el mensaje enviado a los obispos, consagrados y fieles de todo el mundo con vistas a la 51ª Jornada mundial de oración por las vocaciones que se celebrará el próximo 11 de mayo, IV domingo de Pascua.

En el documento, que tiene por tema «Vocaciones, testimonio de verdad», el Pontífice se dirige en especial a quienes «están bien dispuestos a ponerse a la escucha de la voz de Cristo que resuena en la Iglesia, para comprender cuál es la propia vocación», invitando «a escuchar y seguir a Jesús», dejándose «transformar interiormente por sus palabras que “son espíritu y vida”». Porque, explicó, «os hará bien participar con confianza en un camino comunitario que sepa despertar en vosotros y en torno a vosotros las mejores energías», con la conciencia de «vivir este “alto grado de la vida cristiana ordinaria”, significa algunas veces ir a contracorriente, y comporta también encontrarse con obstáculos, fuera de nosotros y dentro de nosotros».

El Papa recuerda, además, que «Jesús mismo nos advierte» que «la buena semilla de la Palabra de Dios a menudo es robada por el Maligno, bloqueada por las tribulaciones, ahogada por preocupaciones y seducciones mundanas». Pero todas estas dificultades no deben desalentar al cristiano, «replegándonos por sendas aparentemente más cómodas». En efecto, añade el Papa Francisco, «la verdadera alegría de los llamados consiste en creer y experimentar que Él, el Señor, es fiel, y con Él podemos caminar, ser discípulos y testigos del amor de Dios, abrir el corazón a grandes ideales, a cosas grandes». «Somos “propiedad” de Dios no en el sentido de la posesión que hace esclavos, sino de un vínculo fuerte que nos une a Dios y entre nosotros, según un pacto de alianza que permanece eternamente “porque su amor es para siempre”».