LUJAN, 30 DE ENERO DE 2009
Queridos hermanos:
Con gran alegría y agradecimiento nos encontramos celebrando esta Eucaristía cobijados por nuestra madre, la Virgen de Luján, en la que toma posesión como párroco y rector de este santuario, casa de todos los argentinos, el Pbro. José Daniel Blanchoud.
Somos privilegiados por estar hoy aquí, continuando la obra de evangelización que comenzara en 1630, cuando la pequeña imagen que nos preside desde esta cumbre espiritual de la patria, quiso quedarse en nuestra pampa, para comenzar un camino de consuelo, de amor, de escucha, de reconciliación y de todo tipo de obra que viene de su hijo Jesucristo, de la cual ella es intercesora, en beneficio de todos los hombres de buena voluntad que la invocan con fe.
Estar ser agradecido en primer lugar, con todos aquellos que desde la pequeña capillita de los primeros años, levantada con barro y paja, en la estancia de Rosendo, que cuidara el negrito Manuel, aquel esclavo, que tanto tiene que enseñarnos la devoción y el cuidado de la obra de la Madre para con sus hijos; pasando por los capellanes y párrocos que la iglesia de Buenos Aires aportó para la atención de los primeros peregrinos y de los habitantes de estos pagos hasta que en 1872 los padres Lazaristas, llamados también Vicentinos, secundados por Monseñor Federico Aneiros, obispo de Buenos Aires, aceptaron la misión de custodiar y propagar la evangelización desde el santuario y parroquia de Luján, entre los cuales estuvo aquel enorme misionero y visionario, el Padre Jorge María Salvaire, quien fuera el gran propulsor de la devoción y de la obra de este magnífico templo que ahora nos ampara.
Por más de 120 años los vicentinos fueron custodios y propagadores del culto a Nuestra Señora de Luján. Gracias por la obra generosa. También tengo presente a los sacerdotes del clero diocesano que desde el año 2000 han retomado la atención del Santuario, haciendo siempre mas cercana la misericordia de Dios y el consuelo a los peregrinos, desde una sintonía cariñosa con el pueblo que llega a la casa de la Madre. Gracias al querido Cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires por la ayuda que nos ha brindado en los sacerdotes en aquel momento y por la ayuda que nos seguirá brindando ahora, aportando otros sacerdotes, para que podamos, desde nuestra arquidiócesis de Mercedes – Luján, en cuyo territorio se encuentra este lugar de gracia, continuar la obra evangelizadora de nuestros predecesores.
Quisiera compartir ahora una reflexión en base a la Palabra de Dios, proclamada en el santo evangelio. Las parábolas de la semillas ponen de manifiesto esta realidad del Reino de Dios, sin estridencias ni ampulosidades, que comienza imperceptiblemente, en lo pequeño, como comenzó en la humilde servidora del Señor, la santísima Virgen, como comenzó en el simple y sencillo negrito Manuel que consagró su existencia al cuidado de la Imagen milagrosa de nuestra Señora y a la atención de los peregrinos. Esa experiencia de pequeñez y humildad es necesaria, diría imprescindible, para quien quiera ponerse genuinamente al servicio de los demás, siguiendo a Jesucristo.
Dios da el crecimiento. Se necesita la confianza y la paciencia, como el sembrador que sabe aguardar los frutos en silencio. Esta realidad la vemos reflejada con toda claridad en este mismo santuario que hoy nos congrega, tanto en lo material (desde la capilla de adobe al hermosísimo templo actual) como en lo espiritual : una pequeña imagen de barro cocido y unos pocos paisanos con asombro y gran fe a incontables peregrinaciones, enormes multitudes que permanentemente llegan hasta Luján para encontrarse con la mirada cálida, las manos confiadas, el manto cobijante y la intercesión constante de la Madre que nos entrega generosamente a su Hijo Jesús, del que provienen inimaginables dones que sobrepasan aun lo que podemos pensar y desear. Si, de la pequeña semilla surge un gran árbol que cobija a todos. De la humilde capillita del negro Manuel a este enorme santuario, casa de la Madre de todos los argentinos.
Nos toca a nosotros seguir haciendo crecer el árbol, dejando que sea cada vez mas casa y escuela de comunión, lugar de encuentro fraterno, caritativo, cordial, lugar donde se depongan las mezquinas rivalidades (los de acá, los de afuera, los porteños, los provincianos, los “populares”, los “institucionales”, y tantas otras formas de egoísmo que opacan la luz de Cristo que la Iglesia debe reflejar). Nos toca a nosotros en este momento de la historia, del paso de Dios por nuestra Patria, seguir haciendo que esta casa sea fundamentalmente un lugar de consuelo, donde los afligidos por cualquier causa, los que llevan heridas dolorosas, los últimos, los “sobrantes”, encuentren el oído atento, el trato cordial, la atención digna y el pastoreo cariñoso del Buen Pastor de la ovejas, Jesucristo, actualizado en el ministerio de los sacerdotes y demás servidores que desarrollan su tarea evangelizadora en esta casa de nuestra Madre.
Nosotros somos el canal por donde fluye el manantial de las gracias divinas, el torrente incontenible de los favores que el Padre quiere prodigar a sus hijos. Auguro al Padre Daniel Blanchoud y a todos los integrantes del equipo sacerdotal que puedan trabajar unidos, encarnando al mismo Buen Pastor que da la vida por la ovejas, que sean signo y testimonio de la misericordia, del consuelo, de la paz y el amor para los hijos de la Virgen de Luján que se acerquen a esta casa de Dios, que es la casa de todos. Que así sea
Mons. Agustín