Compartimos la reflexión de nuestro Padre Obispo +Jorge Eduardo para este tiempo de Navidad.
En la Navidad los cristianos celebramos que Dios se hizo hombre, Dios se hizo uno de nosotros para que jamás nos sintamos ni solos, ni lejos de Él. Jesús es Dios que camina con nosotros.
En la Navidad, celebramos que Dios hecho hombre nació entre animales y que María lo “acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos” (Evangelio de Lucas 2,7).
Dios ocupa el último lugar no para que hablemos bien de Él y destaquemos su humildad. Esto a Dios no le hace falta. Lo hace intencionalmente para estar cerca de los últimos, para que nadie, absolutamente ninguna persona, sienta por algún motivo o circunstancias de la vida, que para Dios deja de ser valiosa, valioso.
El pesebre no es una idea romántica de Dios y del hombre. No se trata de contemplar una escena en la que nos conmueven las circunstancias. Se trata de un mensaje contundente, fuerte, de una Buena Noticia para toda la humanidad: Dios se pone en el último lugar para que ninguna persona pierda la esperanza de ser reconocida, amada, aceptada, valorada, rescatada y devuelta al lugar que le corresponde.
Una familia, una sociedad, una Nación, puede descartar a uno de sus miembros, pero Dios no. ¡Para Dios, nadie es descartable! O mejor dicho, toda persona, absolutamente toda persona es valiosa y necesaria. Nadie ha nacido por azar, todos estamos invitados a ocupar un lugar, todos tenemos una misión en la vida.
No cabe la menor duda y todos así lo deseamos, que nuestra Patria debe enfrentar transformaciones profundas en todos los órdenes de su vida. Transformaciones en lo ético, en lo económico, lo político y lo social, que nos dé la posibilidad de salir del pozo en el que nos encontramos.
Pero en este camino necesario, no podemos, ni debemos olvidarnos de los últimos, de todos los últimos, que siempre son personas concretas y no números estadísticos.
Celebrar la Navidad es contemplar al Niño Dios que se pone en el último lugar, en el lugar de toda persona anciana, jubilada; de toda niña y niño vulnerado; toda persona en situación de calle, de indigencia, de pobreza; de toda familia sin una casa; de toda persona enferma; de todo joven en situación de adicción y podríamos seguir con el listado de “los últimos”.
La esperanza es un sentimiento muy fuerte que puede movilizarnos a construir lo de todos como si fuese de uno mismo. Necesitamos de un audaz y valiente sentimiento de esperanza para sentir que valen la pena todos los esfuerzos. Pero si dejamos a los últimos afuera de la mesa de la vida, corremos el riesgo de generar sentimientos ilusorios que así como vienen, se van. El amor concreto y solidario por nuestras hermanas y hermanos que están en el último lugar, nos ayudará a que todos estemos en el lugar que debemos estar y eso nos dará motivos ciertos para encontrar una esperanza social, una esperanza de todos. El amor concreto, la justicia justa, la determinada solidaridad, siempre nos llenan de una firme esperanza.
Que en esta Navidad, como el Niño Dios nos enseña, no nos olvidemos de los últimos y los dejemos afuera, sin lugar para ellos.
Que en nuestro proyecto de Nación los últimos, los que la están pasando mal, estén incluidos e integrados.
+Jorge Eduardo
Gentileza de publicación La Verdad de Junín
Dios en el último lugar