Este domingo 13 de Junio el Arzobispo de Mercedes Luján, +Jorge Eduardo Scheinig presidió la Eucaristía en el Domingo XI del Tiempo durante el año, desde la Parroquia San Ignacio de Loyola de Junín, con especial intención por los enfermos y fallecidos de covid en esa ciudad.
La Misa que fue concelebrada por todos los sacerdotes de la ciudad de Junín, fue transmitida a través de las redes sociales de la parroquia y nuestros canales digitales.
El texto que compartimos es una transcripción textual de la homilía de nuestro padre obispo Jorge Eduardo.
“En las charlas que voy teniendo con los sacerdotes de esta ciudad, me consta la preocupación y el dolor de ellos por la situación que viven muchas de las familias de ustedes, la situación en general, las situaciones particulares.
Con asombro, con dolor, y también preocupados por querer acompañar más de cerca las situaciones, con esta dificultad de la distancia, a veces no fácil de comprender.
Es difícil entender que un templo grande como éste no pueda acoger más personas, teniendo todos los recaudos. Es tan importante la fe, la experiencia de Dios, la experiencia religiosa. Es verdad que quien no tiene fe, no la comprende, o tal vez minimiza esto que estamos haciendo.
Pero para los creyentes, encontrarse en comunidad, comulgar, es como comer, es como respirar.
Es mucho el agobio de este tiempo, el peso que genera esta enfermedad. La preocupación, el miedo, el peso que significa lo económico en la vida de las familias. Ha crecido la ayuda, porque ha crecido la demanda.
La vez pasada entraron a robar a nuestro Seminario de Mercedes. Y se llevaron comida. Es muy fuerte esto. Es un tiempo de mucho peso social, de mucha angustia.
Es lógico que muchas veces esta oscuridad genere en nosotros desesperanza, también en los creyentes, en los que seguimos a Jesús, en los que tenemos fe. Es un tiempo de prueba. La enfermedad, la muerte el sufrimiento, nos hace dudar.
Eso es la prueba, es la Cruz. Todos estamos siendo probados, también los creyentes.
Estamos invitados a volver una y otra vez a la raíz de nuestra fe que es Jesucristo. Y la Palabra del Señor se convierte en Palabra viva.
Lo que acabamos de proclamar no es un libro de la historia, es una Palabra que nos habla hoy, que tiene vida, que como dice el profeta “es como el rocío del agua que baja y empapa la tierra”.
Leemos esta Palabra con fe, como Palabra de Jesús dirigida a nosotros, hoy.
En esta circunstancia el Señor nos habla del Reino.
El Reino no es un territorio, es un estado por el cual Dios se mete en la historia, y genera salvación, vida, le gana al pecado y a todas sus consecuencias, le gana a la muerte.
El Reino ya comenzó, el Reino está, – dice Jesús-, todavía no en su plenitud, pero el Reino de Dios está entre nosotros, es una realidad.
El Señor lo ha puesto en marcha, como una semilla, que hemos sembrado. Nosotros somos activos en este Reino, no somos pasivos.
Tenemos que sembrar vida, estar presente en la historia, con gestos pequeños, no hacen falta cosas grandes.
Es como la semilla de mostaza, una pequeña semilla que cuando crece se hace gigante, -gestos pequeños, actitudes cotidianas-, que son la siembra de una vida nueva: lo que hacen los médicos, las enfermeras, las personas esenciales.
Pero también cuando escuchas de verdad a alguien que está con angustia, cuando sostenés a quien se está cayendo, cuando tendés una mano, – hoy se realiza en todo el país la Colecta Anual de Cáritas,- te haces solidario con alguien, con un gesto, con una sonrisa, una mirada, una palabra justa en el momento oportuno.
Eso es una semilla pequeña que en el otro puede crecer muchísimo. Eso es el Reino, y para muchos eso es salvación. Somos sembradores.
Pero el Señor nos dice que el sembrador siembra, luego se va a dormir, y la semilla sigue creciendo. Porque es Dios quien da el crecimiento del Reino y nosotros confiamos en la fuerza que Él tiene para dar vida, más allá de nuestras lógicas y de nuestros pensamientos. Nosotros sembramos, el Señor da el crecimiento, la gracia, la vida.
Por eso el dolor de la muerte no nos hace desesperar, porque creemos que la Vida es más fuerte que la muerte. Él es la pequeña semilla que murió para dar vida y su Resurrección es nuestra Resurrección. Por eso venimos acá a la misa y ponemos a nuestros difuntos en las manos del Padre con mucha confianza porque sabemos que Dios les va a dar vida.
Y rezamos por los enfermos, las personas que están en terapia intensiva que son muchas, para que el Señor las fortalezca, las sostenga en ese silencio, en esa soledad, que sientan nuestra compañía, nuestra comunión, verdadera, espiritual, – que no por ser espiritual deja de ser real. Nosotros rezamos por ellos, los acompañamos, los sostenemos espiritualmente, realmente y eso es Reino.
Son tiempos difíciles, tiempos pesados, necesitamos creer que el Señor está en medio de nosotros, que todo lo que siembra en pequeños gestos crece, aunque por el torbellino del peso, de la angustia, nos cueste verlo. Esa es nuestra confianza.
Queridas hermanas, queridos hermanos, nosotros los sacerdotes, queremos decirles que rezamos por ustedes, los acompañamos, quisiéramos abrazarlos, estar cerca, levantarlos si se caen.
Hoy hacemos este gesto, estamos juntos rezando por ustedes. Sabemos que el Señor está, que no abandona.
Quisiéramos transmitírselos, a los que están dudando, a los que están tentados a bajar los brazos, especialmente ustedes, confíen en el Señor, pongan su corazón en Dios, déjense levantar por la fuerza de Dios, – así como Jesucristo en la Cruz confió en su Padre y el Padre le regaló la vida. Tuvo que pasar por la muerte, pero adquirió una vida eterna. Confiemos en la fuerza de Dios