Jueves Santo – Cena del Señor.
Nuestro padre obispo +Jorge Eduardo Scheinig presidió la Eucaristía de la Cena del Señor, este Jueves Santo 01 de Abril en la parroquia San Cayetano de Chivilcoy.
La celebración de la Santa Misa fue transmitida por las redes sociales del Arzobispado y el canal en Youtube de la Parroquia San Cayetano de Chivilcoy.
El texto que compartimos es una transcripción textual de la homilía.
“Celebrar la Pascua para nosotros es el desafío de celebrarla hoy, como está nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, la vida de nuestras familias, la vida del mundo. Hoy nos levantamos a la mañana con esta noticia de que en la Argentina el 42% de los argentinos es pobre, 19.000.000 de personas y que 6 de cada 10 niños vive en estado de pobreza. Es muy fuerte pensar en esto. Es una cifra que duele, duele el alma, son personas que no tienen trabajo, que por tres generaciones no han tenido trabajo.
Esto lo vivimos también en ese contexto de pandemia. No salimos de la pandemia, muy por el contrario se agudiza y con la pandemia vienen los miedos, la angustia, el desconcierto. Estamos en un tiempo del mundo difícil. No es fácil vivir en este contexto social, económico, político, cultural. Se ha legislado una ley que para nosotros es muy seria, muy grave, una ley que dice que es posible matar vidas que no nacen y no van a nacer.
¿Cómo celebrar la Pascua en este contexto? ¿Qué es celebrar la Pascua en este contexto vital, existencial?
Hoy, nos relataba el Evangelio, Jesús tiene dos gestos que quisiera rescatar. Un gesto vale más que mil palabras. Los gestos hablan, pero hay que interpretarlos. Porque alguien tiene un gesto y si es mal interpretado, no ayuda a entender lo que está haciendo.
Jesús tiene dos gestos muy arriesgados, muy jugados, muy fuertes, para esa época y para todas las épocas. El primero es el lavatorio de los pies y el segundo, en el contexto de la Cena pascual, toma el pan y el vino y lo convierte en su Cuerpo y su Sangre.
Son dos gestos que siguen hablando a la humanidad y a nosotros, que somos discípulos de Jesús, nos hablan, algo nos están diciendo en este contexto que estamos viviendo.
En aquel tiempo de caminos de tierra, cuando uno entraba en una casa, era común que hubiera palanganas y personas, los esclavos, que lavaran los pies de los que venían a las casas para que se sintieran cómodos. Lavar los pies no lo hacía el dueño de la casa, sino el servidor, el último.
Nos dice el evangelista que cuando comienza la Cena pascual, Jesús se saca el manto y toma la condición de servidor, de sirviente. Tanto que esto Pedro no lo puede tolerar. “Vos sos el Señor, el Maestro, cómo vas a ocupar el último lugar?. Y Jesús le dice,” Si yo no te lavo los pies, si vos no me dejás hacer esto, no vamos a compartir la misma suerte”.
Jesús se hace el último, se abaja, se hace el servidor, para decirle a Pedro y a todos nosotros que lo que da Vida es el Amor, que lo que salva, lo que sana es el Amor. Y un amor humilde, un amor muy pequeño, eso es lo que da Vida.
Y si Pedro no se deja amar con esa fuerza del Amor, Pedro no va a compartir la suerte de Jesús que es la Vida plena. Jesús hace un gesto de mucha humildad para que Pedro entienda que lo a que él le va a dar vida, es el Amor y solamente el Amor.
Y además lo hace para que Pedro entienda y todos nosotros entendamos que Jesús viene a dar Vida a todos. Por eso el lavatorio de los pies es un signo para que toda persona, aun sintiéndose pequeña, última, no digna, experimente el amor de Dios. Que nadie quede afuera del amor de Dios, y que toda persona a la cual Jesús le lava los pies se sienta valiosa, se sienta importante.
En la Cena, en el lavatorio de los pies, Jesús hace un gesto muy jugado, para que ninguna persona, en ningún momento de la historia, se sienta alejada del amor de Dios.
Este gesto es un gesto trascendente para Él, para la Iglesia, para ustedes querida comunidad de San Cayetano. Un gesto que además, Jesús dice a sus discípulos que hagan a los demás.
Que nadie se quede sin la experiencia del amor, para lo cual tenemos que ser siempre muy humildes, y hacer que el otro se reconozca valioso.
¿Qué es lo que va a darle vida a este mundo tan desamparado? El Amor, pero es un Amor que nosotros tenemos que ser capaces de vivir y transmitir. Nosotros no amamos desde arriba, amamos desde abajo, desde la humildad, para que nadie se sienta fuera del amor de Dios.
Y acá hay un desafío tan grande para la Iglesia, para los pastores, para las comunidades.
Que en estos barrios mucha gente que pueda sentirse herida por esta circunstancia y por tantas circunstancias de la vida, experimente un amor a partir de una comunidad humilde, sencilla, que es capaz de transmitir lo valiosa que es cada persona.
Este es el desafío que tenemos en este tiempo. Hay mucha gente desfigurada. Hay mucha gente que se siente indigna, se siente mal, y nosotros tenemos que ser capaces de ayudarlas a que reconozcan su dignidad, su valor. Jesús nos dice, laven los pies, ubíquense en el último lugar, no vayan desde el poder, hagan sentir que toda persona es valiosa, hagan gestos jugados por los demás. No se trata de ser comunidades o ser una Iglesia que soluciona los problemas de las personas, que no lo vamos a poder hacer. Son tan grandes los desafíos que no vamos a poder solucionarlos, pero lo que sí podemos es hacer sentir a cada persona de esta comunidad, de este barrio, lo valiosa que es. Y la manera que Jesús nos enseña es el Amor, pequeño, humilde, desde el último lugar.
El otro gesto que Jesús tiene es tomar pan y vino, y transformar el pan en Cuerpo y el vino en Sangre. Es como si nos dijera “Yo quiero estar siempre con ustedes, entre ustedes. Sientan esa presencia viva, de un Dios vivo” Cada vez que nosotros celebramos la Eucaristía lo que compartimos es la Vida del Señor, la vida de Dios entre nosotros. Es un Dios tan enamorado de la humanidad y de cada uno de nosotros, que quiere estar en el camino de la vida, compartiendo la vida. No estamos solas, no estamos solos, estamos juntos con el Señor.
Y esta presencia hay que vivirla, hay que transmitirla, es la presencia sanadora, salvadora del Señor. Nuestras misas no pueden ser misas rituales en donde venimos, cumplimos y nos vamos.
La Misa es una experiencia de la fuerza, de la presencia del amor de Dios que nos invita a tener la seguridad de esa presencia para llevar a los demás.
Hoy celebramos el comienzo de la pascua. Y el Señor nos está diciendo. La Pascua, su Pascua es un amor fuerte que quiere entrar en la vida de cada una, de cada uno de nosotros.
Nadie se puede sentir afuera de amor de Dios. Si alguien se siente afuera es que no estamos lavando bien los pies. Es una responsabilidad nuestra. Si no descubrimos la presencia del Señor en nuestra vida, en nuestra historia, es nuestra responsabilidad. Somos responsables de que el Cuerpo y la Sangre del Señor, la presencia viva del Señor, esté aquí en esta Misa, en la capilla, en la parroquia, en los centros misioneros, en todas las acciones que todos tienen, la catequesis, la caridad, etc. No tenemos que hacerlo desde la perfección, desde la omnipotencia, desde el poder. Lo tenemos que hacer con mucha humildad y mucha sencillez. Son tiempos tan desafiantes que requieren tener mucho cuidado en el modo en cómo vivimos la fe.
Los invito a renovar la seguridad del amor de Dios.”
En el gesto del lavatorio de los pies, nuestro padre obispo lavó los pies al Padre Luis Alvarado, párroco de la comunidad y al Padre Lucas Figueroa, Vicario General. Y el párroco, realizó dicho gesto a una familia de la comunidad.