El Arzobispo de Mercedes Luján, +Jorge Eduardo Scheinig, presidió la Eucaristía este domingo 27 de diciembre en la festividad de la Sagrada Familia, desde la Iglesia Catedral de Mercedes, rezando especialmente por el cuidado de las familias y de los niños por nacer.
El texto que compartimos es una transcripción textual de la homilía.
Después de celebrar la Navidad, la Encarnación del Hijo de Dios, la Iglesia en el primer domingo, quiere que recordemos dónde se encarna el Hijo de Dios, dónde se hace hombre, en una casa, en una familia, una mamá, un papá.
La Iglesia nos invita a celebrar inmediatamente después de la Navidad, a la familia de Nazaret, a la Sagrada Familia. Es muy importante que nosotros apreciemos que Dios se hace carne en serio, no es una fantasía, no se hace hombre más o menos. Se hace verdadero hombre y por eso necesita un soporte humano.
No es posible nacer en soledad. Nadie viviría en soledad. Hacerse carne supone que el Hijo de Dios tenga un padre, tenga una madre, tenga una compañía que le cuide la vida, que lo ayude a crecer.
La familia no se convierte en algo accidental, de lo que uno podría prescindir. La familia es necesaria, la familia es sagrada.
La Palabra de Dios es como siempre, luminosa. Cuando la leemos uno podría imaginarse, yo a veces lo hago cuando rezo y me pongo frente a la Palabra, como si tuviera un reflector, como si tuviera un momento de iluminación. La Palabra ilumina el misterio de la familia sagrada.
La primera lectura, el primer texto que se nos propuso, es del Génesis. Ustedes recuerdan la historia de Abraham. Dios lo llama a Abraham de un pueblito y le dice “Abandoná todo y seguime, confía en Mí que yo te voy a hacer el padre de una nación y te voy a dar una tierra. Vos confía en Mí”. Y Abrahám dice “Sí, claro, es Dios, confío”, y se larga a caminar. Y los años van pasando y la tierra no llega, y el hijo tampoco. Y ya anciano se da por vencido y entonces, va a heredar a un sirviente suyo. Ahí se le aparece Dios que le dice “Yo voy a cumplir la promesa, la promesa es que vas a ser padre”. “Pero yo ya soy anciano” –dice Abrahám, “mi mujer es mayor, ¿cómo vamos a ser padres?” Y se produce esto de que Sara va a quedar embarazada de Abrahám y van a tener a su hijo Isaac.
La Palabra nos dice que en el origen de la vida está Dios. Siempre está Dios en el origen de la vida. Nadie nace por casualidad. No somos fruto del azar, del encuentro entre dos células. Hay un designio, hay un querer de Dios, en el momento oportuno. Dios está en el origen de la vida. Toda vida es sagrada. Porque toda vida tiene un sentido, tiene una misión. No existe vida sin sentido, sin misión.
Y estará el arte de la familia, la familia concreta, para ayudarnos a ir descubriendo el sentido de la propia existencia. La misión que tengo, la misión que cada uno tiene. Pero lo primero y fundamental, y esto para nosotros los creyentes, no es un dato. Para nosotros, esto es una certeza esencial. La vida es sagrada, la vida es querida por Dios, en el momento oportuno. Nadie de nosotros nació ni antes ni después de cuando tenía que nacer. Nadie de nosotros nació porque sí. No existe ser humano que haya nacido por casualidad. Y esto hace que cada ser humano sea irrepetible, sea sagrado, intocable, es de Dios, somos de Dios. Es un templo, que no podríamos avasallar, no podríamos tocar.
La Carta a los Hebreos, la segunda lectura, nos dice que esta familia, Abrahám, Sara, vivían confiando en Dios, porque se dieron cuenta de que es así. Se dieron cuenta que todo viene de Dios, entonces confían verdaderamente en Él, se entregan a Dios. No es lo mismo una familia que confía, que percibe la presencia de Dios, que una familia que cree que todo está dependiendo de sí misma.
La vida es sagrada en el origen, pero la vida es sagrada en todo momento. Por eso a lo largo de la vida estamos invitados a hacerla sagrada, a confiar. No hay nada que nos pase que Dios no lo tenga previsto. Es un misterio grande el que tenemos que vivir los seres humanos, porque somos libres, somos absolutamente libres y sin embargo, hay un sentido que Dios providente nos va ayudando a descubrir. “Yo estoy en el origen de todo, pero también estoy en el camino”.
En el camino de la vida está Dios. Nosotros lo podríamos testificar. Yo podría contarles de mi vida y cada uno de ustedes podría contar de su vida y descubrir que el Señor siempre ha estado, siempre no ha acompañado. Es fundamental que una familia perciba la necesidad de la fe a lo largo del camino de la vida, porque esto nos ayudaría muchísimo a ir resolviendo los problemas de la vida cotidiana, todos los problemas, los problemas más simples y los problemas más serios.
Una enfermedad nos puede separar del amor de Dios. Una circunstancia dolorosa en la vida familiar nos puede separar del amor de Dios. Habrá un sentido que yo no entiendo, pero Dios sí y que me invita a hacer una experiencia de confianza, a veces superior. No entiendo por qué tengo que vivir esto, pero me pongo en tus manos, Dios.
El Evangelio de Lucas finalmente nos habla de esta Presentación que María y José hacen del Niño, siguiendo las leyes judías de la época. A los ocho días del nacimiento había que presentar al niño, circuncidarlo, porque era el signo de pertenencia al pueblo de la Alianza y la mujer debía purificarse. Y ellos que son una familia pobre no llevan un cabrito al Templo, llevan unos pichones de paloma, de tórtolas, la ofrenda de los pobres. Es un matrimonio que va con lo puesto, es el matrimonio de Nazaret, una aldea perdida del mundo, un matrimonio cuyo hijo nació en un lugar de animales, porque no había lugar.
Ellos saben el origen de ese Hijo, pero ahora hay que ser familia, hay que seguir las tradiciones, las leyes, hay que cuidar al Hijo que nació de las entrañas de María. Hacen lo que cualquier matrimonio aún pobre haría, como nuestros matrimonios sencillos y humildes que vienen a la Basílica de Luján a bautizar a sus hijos, con lo puesto. Igual que María y José, sencillitos, pero con un sentido sagrado de la vida. Este hijo hay que bautizarlo.
Cuando entran al Templo, se encuentran con estos dos ancianos, Simeón y Ana, que estaban esperando la promesa de Dios, el Salvador, y cuando ven al Niño, se dan cuenta, -no porque ven con los ojos con que veríamos nosotros –sino porque se dejan llevar por el Espíritu –que ese Niño es el que estaban esperando.
Y Simeón sale con este cántico “Ahora Señor ya puedo descansar en paz, estoy viendo la Salvación, la promesa”. Y Ana alaba a Dios por ese gurrumín, cargado de promesa.
Pero Simeón le dice a María “Este Niño tiene una misión, que a vos te va a atravesar el alma. Este Niño, su sentido de la vida y su misión, viene con una carga muy fuerte. Esto va a ser un sacrificio para él, y también para vos, mamá, María. Vas a sentir como una espada que te atraviesa el corazón, porque este chico viene para elevar a algunos y a otros, abajarlos. Éste va a ser un signo de contradicción”.
Una familia sagrada necesita experimentar muchas veces, no una vez, muchas veces, el sacrificio de la vida. La vida es un sacrificio, es una entrega. Y en una familia, muchas veces hay que sacrificarse por el otro. Ese es un sentido profundo de la vida familiar.
Lo quiero decir con todas las letras. No hay nada que supla a la familia, ni la mejor escuela, ni la mejor parroquia o Iglesia, ni el mejor Estado. Nada, nadie, puede suplir a la familia. Porque en la familia el sacrificio de unos para con otros está garantizado. En una familia está garantizado que Yo te amo y me voy a sacrificar por vos. No tengo que firmarte ningún papel. No hace falta hacer nada. Uno sabe que así es la familia. Alguien me va a cuidar con su propia sangre si fuera necesario. En una familia se sufre, se sacrifica, y esto la hace sagrada.
La familia es un ámbito donde uno tiene que entrar con tanto respeto, con tanto cuidado, porque es un lugar de entrega como no hay otro lugar.
Y el evangelista termina diciendo “Así Jesús iba creciendo y se fortalecía en sabiduría y en gracia”, en una casa, en el trabajo de su padre, en el trabajo de su madre. Yo pienso que muchas parábolas de Jesucristo las aprendió en su casa, con la madre amasando, con el padre trabajando.
La sabiduría de Jesucristo no le viene sólo por ser Hijo de Dios, le viene por haber hecho el camino de la vida en una casa, en una familia.
La familia, para nosotros, la Sagrada Familia de María, de José y del Niño Jesús es una invitación a que todas nuestras familias sean sagradas así como están.
Queridas hermanas, queridos hermanos. No existe la familia ideal. Existe la familia concreta, la familia que somos, la familia que tenemos. Y nosotros estamos invitados a cuidar la familia y a cuidarnos unos a otros en la familia.
Y esto también hay que decirlo, no es la corriente cultural del tiempo. La corriente cultural del tiempo, en general –es sálvese quien pueda. Y muchas veces, nos privilegiamos a nosotros mismos más que al otro. Y muchas veces no se está dispuesto al sacrificio por el otro. Es contracultural sacrificar la propia vida por el otro. Hoy la cultura nos invita a “sálvate vos”, “pasala bien vos”, “no sacrifiques tu proyecto por el otro”, “sacrificalo al otro, pero no te sacrifiques vos”.
En estos tiempos donde pareciera ser que la vida pierde sentido sagrado y también la familia, en estos tiempos los obispos hemos pedido a toda la feligresía, a toda la Iglesia, que intensifiquemos la oración, porque estamos en un momento delicado de la vida del país donde vamos a sacrificar niños. Tenemos que intensificar nuestra oración, para no perder el sentido sagrado de lo que somos, de lo que es cada persona, cada niño.
Si los legisladores pudieran descubrir, si todos, absolutamente todos pudiéramos descubrir que ese niño que se engendra en el seno de una mujer tiene un sentido y una carga divina, nos sacaríamos los zapatos para estar frente a esa persona, entraríamos como Moisés a un lugar sagrado.
Uno creería que siempre estamos a tiempo para crecer en una conciencia nueva. Por eso les pido, junto a todos los obispos, que hoy, mañana en la Jornada de Ayuno y de Oración, recemos mucho. Porque no se juega poco el martes, no se juega poco en el país, se está jugando mucho. Se está jugando un sentido de Nación. Y nosotros en esto estamos tan seguros de lo sagrado de la vida, que por eso nos queda ahora hacer este gesto fuerte de confianza en Dios. Poner todo en manos de Dios.
Asi que los invito en esta Eucaristía a pedirle al Señor que las familias sean el lugar sagrado, el lugar donde cuidemos la vida, la ayudemos a crecer.
Tuve la suerte, -tengo 61 años-, de estar en el lecho de muerte de mi madre, y este año, de mi padre. Los acompañé hasta ese último momento. Fui testigo del último halo de respiración de ambos, con mi hermano, y no podía más que agradecerles la vida. Y agradecerles todo lo que a lo largo de la vida me dieron. Los vi sacrificarse por mí. Yo no podía más que agradecer. No puedo más que agradecer la vida de ellos. Para mí la vida de ellos se ha vuelto sagrada, porque ellos me mostraron lo sagrado de la vida.
Pidámosle a Dios que nos regale ese sentido profundo, que lo podamos heredar de nuestros padres, de nuestros mayores, de nuestros abuelos.
Al finalizar la Misa, nuestro padre obispo recordó que, en el marco de la Jornada de Oración y Ayuno a la que nos convoca la Iglesia Argentina, este lunes 28 de diciembre a las 20 hs, hará una oración por la vida, desde la Basílica de Luján, que podrá seguirse por las redes sociales del Arzobispado y del Santuario de Luján
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