El Arzobispo de Mercedes Luján +Jorge Eduardo Scheinig presidió la Eucaristía, este domingo 13 de septiembre de 2020 en el Domingo XXIV del Tiempo durante el año, desde el Santuario de Luján.
El texto que compartimos es una transcripción textual de la homilía.
¿Qué sería del mundo sin compasión? Imaginemos un mundo, la Argentina, sin compasión. Es un mundo invivible, un mundo oscuro, frío, distante, es una selva. Así y todo uno ve que no es fácil la compasión, porque sino ¿cómo es posible pasar por delante de las personas heridas al costado del camino? Y de hecho pasamos.
No es fácil la compasión, por eso nos maltratamos, nos torturamos, nos matamos. Podemos soportar que miles de millones de personas transiten por el mundo sin tierra, sin techo, sin trabajo. Hay compasión, pero no es fácil. El Señor nos alienta a tenernos compasión los unos a los otros, que no es tenernos lástima. ¡Uy pobre, mirá cómo está! No alcanza para cambiar el mundo, para hacerlo al sueño de Dios, la lástima.
Estamos leyendo un capítulo del Evangelio de Mateo en el cual Jesús les dice a sus discípulos y nos dice a nosotros que por favor nos cuidemos y que cuidemos muy especialmente a los pequeños. Jesús invita a cuidar, a cuidarnos. Le viene diciendo a sus discípulos, nos dice a nosotros, “no escandalicen”, “no sean piedra de tropiezo”, “si alguno se pierde, salgan a buscarlo”, “si es necesario, corrijan al otro fraternalmente” y “perdonen”. Porque cuidar al otro es salvarlo, es rescatarlo. En la mente y en el corazón de Jesús, es tan valiosa cada persona que tenemos que hacer todo para salvar, para rescatar al otro. Tenemos que ser inmensamente arriesgados por el otro.
Entonces Simón hace esta pregunta que nosotros también podemos hacerle a Jesús: ¿Siete veces está bien perdonar a alguien? Y siete veces no es poco. Es decir, yo voy perdonando, me intereso por el otro, pero hay un límite. Y Jesús le dice a Simón: “No hay límite Simón, para el perdón no hay límite”. “No te pongas un límite, hay que perdonar siempre Simón”. El Señor nos regala esta parábola, que como toda parábola, como toda comparación, no quiere decir todo, pero uno enseguida capta de qué se trata.
Porque ese que debe una deuda imposible de pagar es perdonado porque el Señor tiene compasión de él. Pero cuando se encuentra con uno que le debe poquito, se cierra, no se compadece, no lo perdona. Jesús está yendo al centro de nuestra existencia, y nos dice que la clave es la compasión. La compasión es el motor del perdón. La compasión es el motor de la solidaridad, es lo que moviliza la fraternidad.
Compadecerse es ser capaz de padecer con el otro, sufrir con el otro, ponerse en la piel, en los zapatos del otro, sentir con el otro. No es entonces un sentimiento de superioridad hacia el otro, sino hacer el camino que hizo Jesucristo. Fíjense que el camino de Jesús es de abajarse. La compasión de Dios es tan grande que Jesús no hace alarde de su categoría de Dios, -dirá Pablo-, sino que se abaja hasta hacerse tan solidario con el padecimiento humano que carga la cruz- contrario a nosotros que nuestro movimiento es subirnos-.
La compasión es un movimiento de solidaridad hasta estar compenetrados los unos con los otros en el sufrimiento. No es un sentimiento que brota de una superioridad, de una racionalidad, de una lógica, sino que es un movimiento que surge de las entrañas, de la sensibilidad. Una persona que se compadece es una persona sensible al otro. Es alguien que interiormente entra en conexión con el otro.
Hay un gesto que tal vez nosotros no hacemos o hacemos mal. Cuando rezamos el Yo confieso, -es una oración vieja y que busca la compunción del corazón-, el gesto corporal que hacemos cuando decimos “por mi culpa, por mi culpa” es un gesto simple pero significativo. Porque en realidad lo que buscamos es hacer con la palma de la mano como una pica, (el picahielos), para romper el corazón duro, el corazón endurecido, que pierde sensibilidad, que pierde capacidad de compasión. Hay que romperlo, hay que trabajarlo porque ahí está la clave nuestra.
El corazón se endurece porque tantas veces nos ha ido mal. Cuando nos acercamos al otro y nos sentimos rechazados, nos sentimos ofendidos. Perdonar, ser perdonados, pedir perdón, no es fácil. Y más de una vez nos hemos dado la cara contra la pared. Y no es fácil volver a levantarse después de un rechazo y uno se va endureciendo.
Hay que hacer un trabajo muy fuerte para ablandar el corazón, lo interior, romper las durezas que nosotros tenemos, que es lo que nos distancia, nos enfrenta, lo que nos hace pensar a veces en clave de venganza hacia el otro y no en clave de perdón.
El sueño de Jesús, del Reino, el sueño de Dios y la voluntad de Dios, es un mundo humano, fraterno, vivible, un mundo hospitalario, en donde podamos recibirnos unos a otros. Podríamos pensar que estamos hablando de una utopía irrealizable. Se ha complicado mucho el mundo, la realidad, los enfrentamientos son la moneda corriente del día a día, la intolerancia, y sin embargo los cristianos estamos invitados a tener un movimiento como el del Señor, desde adentro, hacia el otro. ¿Cuál es la clave que nos da el Evangelio?
A este señor que debe mucho, el Señor se compadece y le condona la deuda. Pero pareciera ser que recibir el perdón no significa descubrir la compasión.
Cuántas veces nos hemos confesado nosotros de nuestros pecados y a veces, ahí nomás saliendo de la confesión, seguimos con el corazón duro. La compasión que necesitamos experimentar para poder nosotros ser compasivos, es la misericordia de Dios que toca nuestra miseria. Pedir perdón no es necesariamente abrirse a que Dios toque la miseria. Pedimos perdón también con el corazón duro.
Jesús nos invita a una experiencia distinta, a dejar que Dios se meta en lo profundo de nuestra limitación, de nuestra miseria, de nuestro pecado, a dejar que Dios, tocando lo miserable que somos, nos revele la verdad de lo que somos, gracias a Dios.
Para Jesús otro mundo es posible. Es posible la fraternidad. Es posible el perdón, no siete veces, sino setenta veces siete. Pero esa posibilidad está en si nosotros somos capaces de dejarnos tocar por la misericordia de Dios.
Los invito queridas hermanas, queridos hermanos, a tomar muy en serio este evangelio de la compasión. En nuestras manos está el presente y el futuro del mundo, en nuestras manos está el presente y el futuro de nuestra realidad social. Necesitamos ser compasivos los unos con los otros.
No estoy hablando de un idealismo, no estoy hablando de algo que suena un cuento de hadas. Estoy hablando de la posibilidad de un acercamiento verdadero de los unos con los otros. Pidámosle al Señor esta gracia, porque en esto nos jugamos mucho, no nos jugamos poco. Nos jugamos un presente y un futuro distinto. Sin compasión, sin ésta compasión que nos propone Jesús, no va a haber transformación del mundo. Es muy serio lo que nos propone el Evangelio.
Tal vez cueste la compasión, porque nos damos cuenta que eso implica un cambio radical en nosotros y que a veces no estamos dispuestos a hacer. Pidámosle al Señor que nos de esa gracia y animémonos los unos a los otros para alcanzar la compasión