El plan de Dios es salvarnos y lo que salva es el amor

El Arzobispo de Mercedes Luján + Jorge Eduardo Scheinig presidió la Eucaristía en el Domingo XXII del Tiempo durante el año, desde el Santuario de Luján. Compartimos su homilía.

Domingo XXII del Tiempo durante el año

Luján, 30 de Agosto de 2020

+Jorge Eduardo Scheinig
Arzobispo de Mercedes- Luján.

Es lógica la reacción de Pedro, la entendemos. El domingo pasado, Pedro había confesado que Jesús es el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios Vivo. Pedro reconoce que Jesús no es cualquier hombre, es el Mesías, el que va a salvar. Y cuando lo escucha diciendo que Él va a ir a Jerusalén, que va a sufrir y va a morir, -un poco porque ningún amigo quiere que su amigo sufra, -el amor de Pedro por Jesús es muy grande-, pero por otro lado porque no le cabía en la cabeza que un Salvador sufra, reprende a Jesús. Un Salvador tiene poder para salvar. Si el Mesías sufre y muere, eso es el no poder, la impotencia. ¿Qué tipo de salvación entonces podía ofrecer Jesús?

La reacción de Pedro es por amigo, pero también por  la idea que tiene de que el Salvador tiene que tener poder, no puede sufrir y no puede morir. Es entendible.

La cruz escandaliza al mundo, pero también escandaliza a la Iglesia, a Simón, a nosotros. No nos es fácil digerir, asumir, que nuestro Mesías sufre. No le fue fácil a Simón, no nos es fácil a nosotros.

También nosotros creemos que la salvación viene como muchas veces la piensa el mundo. Salva el poder, salva el dinero, salva el éxito. El escándalo no  es sólo del mundo. También los cristianos nos seguimos escandalizando de la cruz.

La palabra escándalo es una palabra griega que significa piedra de tropiezo, obstáculo. Entonces Simón es un escándalo, es una piedra de tropiezo al plan de Dios. Por eso Jesús lo reubica a Simón y le dice: Alto! Simón, fuiste capaz de confesarme por nombre de Dios, por gracia de Dios; pero ahora hablás por medio de Satanás, poniéndome un obstáculo, porque querés que haga el plan de Satanás, no el plan de Dios. Estamos hablando del plan de Dios, que es el plan de la salvación.

El Evangelio de hoy está en la médula del ser cristiano, del Evangelio de Jesús. Todo el Evangelio es medular, pero si hoy entendemos lo que Jesús nos está diciendo, tal vez tengamos una luz muy importante para estos tiempos que estamos viviendo.

El plan de Dios es salvar, el plan de Satanás es condenar. Simón no quiere que el Mesías, su amigo, sufra. Ese es el plan de Satanás.

Jesús sigue invitando a sus discípulos a entregar la vida. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida? No tiene sentido tener todo el mundo, si uno pierde su vida. ¿En qué consiste la salvar la vida? Jesús dice: Renunciar a sí mismo, cargar  la cruz,  entregarse. ¿En qué consiste el plan de Dios? En amor. Salva el amor, no salva el poder, salva el amor. ¿Qué es amor? Entrega, entregarse. ¿Qué hace Jesús? Se entrega.

Tal vez los jóvenes de esto no tienen experiencia- pero por juventud, muchos jóvenes sí, a unos cuantos les cuesta un poco -, pero los que peinamos canas, sabemos que no hay amor sin sufrimiento, no hay entrega sin dolor. Y eso lo experimenta un papá, una mamá.

Cuando un papá o una mamá se posterga, renuncia a sí mismo y se entrega con todo, ¿qué percibe el hijo, qué le queda? Un sentido de la vida, un horizonte, un valor, una seguridad. Los gestos del amor son entrega, aún con dolor.

El plan de Dios es salvarnos, y qué salva? El amor. ¿Y qué es el amor? Entregarse. Y no hay entrega sin sufrimiento. Por eso en el fondo, la salvación es una lucha a brazo partido con el ego y ahí Satanás tienta, no poco.

Está bueno que nos preguntemos: ¿se puede vivir esta calidad de amor? ¿Podemos vivir esta calidad de amor que estamos diciendo que es lo que nos salva, aún en la frustración, en la desilusión, en la no correspondencia? ¿Se puede perseverar en esta calidad de amor, que es clave para la salvación, que es el centro y la médula del plan de Dios? ¿Se puede perseverar en este estilo de vida? Sí. ¿Por qué? Si somos muy limitados, si nos da miedo el sufrimiento y la entrega…

¿Por qué Jesús pone en el centro de la salvación del mundo esta forma de vida, esta manera de amar? No sé si lo puedo explicar bien, pídanle al Espíritu que les regale esta sabiduría.

Para Jesús es posible porque Dios es el que ama en nosotros, por gracia. Nosotros somos muy limitados, pero la gracia de Dios es la que nos da la fuerza de esa manera de vivir, apostando a la entrega, apostando a una salvación, que no está en el poder, que no está en la plata, sino está en entregar la vida, renunciar al yo, en cargar la cruz, en ser capaz de entregarse.

Tal vez en este tiempo que estamos viviendo  sale lo mejor de nosotros mismos y también lo peor. Nosotros venimos de una cultura individualista, egocéntrica, narcisista, somos muy individualistas y tenemos muchas tentaciones para guardar la vida, asegurarla, para poner el Yo de una manera fuerte frente a los demás.

Lo que nos propone Jesús es contracultural. No tenemos una cultura que nos esté ayudando a este estilo de vida.  Y en tiempos de inseguridad, la tentación es a asegurar más el Yo, a salvarme, o en todo caso, a salvar mi grupo, mi núcleo, la tentación es hacia adentro.

Jesús dice:¡ No!, es tiempo de entregar la vida, de renunciar a eso, de darse, porque ahí está la salvación, la propia y la de los otros. El mundo se salva por el amor. El dinero no se derrama, se derrama el amor.

Hay toda una teoría económica del derrame y sabemos que esto no es verdad. Lo que se derrama es el amor. Para nosotros los cristianos, los que seguimos a Jesús, los que somos Iglesia -comunidad,  es fundamental vivir esto en este tiempo. Este es el testimonio que podemos y debemos darle al mundo: el amor, la misericordia, la solidaridad son clave para salvar el mundo.

Todos los gestos pequeños y grandes de nuestras Cáritas, de todas las personas que trabajan alrededor de la salud, los que trabajan en la educación -que también es una forma del amor-, los que trabajan en la política- y lo hacen con este sentido de la entrega pensando en los otros-, eso es lo que nosotros  en este tiempo necesitamos potenciar, afirmar, alentar. 

Tenemos que alentarnos a vivir en generosidad y entrega. El mundo nos dice: Vos, asegúrate vos. Esos son los criterios del mundo, como dijo Pablo en la Carta que leímos como Segunda Lectura.

Pero como decía el profeta Jeremías en la primera lectura- el profeta estaba viviendo un momento dificilísimo de su vida porque lo querían matar por hablar de Dios, y tiene la tentación de silenciarse, de dejar de hablar de Dios, pero confiesa con mucha honestidad: “Es verdad, yo me silencié, pero adentro mío había un fuego, esa Palabra me quemaba, no podía callar”.

No puedo callar, no podemos dejar de vivir como Jesús nos invita a vivir. Ese es nuestro testimonio, esa es la fuerza, eso es lo que podemos brindarle al mundo como algo distinto, como algo novedoso.

Esta semana, los sacerdotes de la diócesis estamos haciendo un curso por zoom con  y nos hacían ver el sentido de la misericordia en los primeros años del cristianismo. Y el profesor decía que la experiencia de la misericordia, su vivencia, es lo que hizo la difusión del cristianismo en los primeros tiempos. Porque llamaba la atención que los cristianos se hicieran cargo, de los más pobres, de los enfermos, incluso de hasta aquellos que los perseguían. Y esto les llamaba la atención, nos contaban que hasta un emperador llegó a decir: “Los cristianos se hacen cargo de los nuestros y nosotros no”. Esta originalidad del amor.

La clave de esta exigencia de Jesucristo es la gracia. Desde nuestras limitaciones no podríamos, pero con la fuerza de Dios, con su gracia, con su presencia entre nosotros, en estos tiempos, podemos ser capaces de seguir entregando la vida. Ayudémonos unos a otros, hagamos lo que hizo Jesús con Simón. Cuando veamos a alguien que se tienta a otro camino que no sea éste, llamémosle la atención, llamémonos la atención unos a otros. No es tiempo para el ego, para el egoísmo. Es el tiempo de la salvación, es el tiempo del amor.