Compartimos la homilía del Arzobispo de Mercedes- Luján, + Jorge Eduardo Scheinig, en la Solemne Vigilia Pascual que presidió este sábado 11 de abril en la Catedral Metropolitana Basílica Nuestra Señora de las Mercedes.
Solemne Vigilia Pascual – 11 de Abril 2020.
Homilía en la Solemne Vigilia Pascual
+Jorge Eduardo Scheinig
Arzobispo de Mercedes- Luján
Catedral Metropolitana Basílica Nuestra Señora de las Mercedes
Durante la cuaresma, que en esta ocasión además se transformó en cuarentena, en esta situación tan compleja, tan difícil del mundo, nos veníamos preparando para celebrar la Resurrección, porque eso nos da esperanza.
Esta noche, esta vigilia, es una celebración muy antigua de la Iglesia, porque los cristianos esperaban el domingo, el domingo pascual, pero entonces no era solo el domingo, era la víspera del domingo, amanezcamos celebrando su resurrección.
La vida moderna nos hace adelantarla, pero es una liturgia para entrar en el domingo, rezando, esperando el domingo sin ocaso, una liturgia que tiene cuatro momentos muy llenos de signos: el que vivimos de entrada, la luz, el fuego, Cristo vence la oscuridad, la oscuridad de la muerte, la oscuridad del pecado, la oscuridad del mal. Cristo es luz. Ese hermoso cirio que tenemos ahí es significativo del Cristo luminoso, que lucha contra las fuerzas oscuras y le gana. Cristo es luz, está vivo.
La liturgia de la Palabra que nos ha llevado a recorrer desde el génesis, esta primera alianza que Dios hace con la vida, con nosotros. Dios es el Creador, el que nos regala la vida, dan ganas de aplaudir a este artista que hizo un mundo tan bello, tan lindo. Y el pueblo de Dios, el pueblo elegido, a quien él iba a ir revelándose, le iba a ir mostrando quien es él, y ese pueblo fiel e infiel, amigo de Dios y pecador, la historia de un pueblo que también nos va hablando de la vida. Nosotros leímos el Antiguo Testamento a oscuras, después la epístola de Pablo, cantamos el Gloria y el Evangelio, e hicimos significar esta Luz que es Jesucristo en medio de su pueblo y en la historia de la salvación.
Ahora vamos a bendecir el agua porque somos hijos del bautismo como nos decía Pablo, “hemos sido sumergidos con Cristo en el bautismo”, nos sumergimos y emergemos, morimos y resucitamos con él. Somos personas que hicimos el camino Pascual ya en los inicios de nuestra vida cristiana en el bautismo.
Después compartiremos el pan y el vino, lo que nos enseñó a hacer Jesús, la comida donde él está. Eso no es pan, eso no es vino, es el cuerpo y la sangre del Señor. Toda una liturgia que nos habla de que Cristo está vivo, Cristo es el viviente y nos da vida. Cristo venció la muerte y todas las consecuencias de la muerte y nos da vida, no después, ahora.
Es verdad que la muerte es como un paredón enorme que tenía la humanidad y la Pascua de Cristo abrió una puerta en ese paredón. Pasó él y tenemos la esperanza de pasar todos, pero su vida es tan fuerte que ahora es vida, no después de la muerte.
Pensaba qué significa vivir aquí y ahora en este tiempo, en este momento de la historia.
Celebrar la Resurrección del Señor. ¿Qué es celebrar que Él está vivo y que nosotros estamos vivos? ¿qué significa vivir hoy con esta Catedral que tiene que celebrar así por la situación que estamos viviendo de pandemia?, ¿qué significa hoy decir Cristo está vivo y nosotros estamos vivos con él?
El evangelio que leímos de Mateo nos dice que las mujeres piadosas van al cementerio a la tumba de Jesús y se encuentran ahí con un personaje brillante que les dice: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? La tumba está vacía. Ha resucitado como lo dijo”. ¿Qué significa hoy estar vivos? Dejar que Jesús nos levante, significa que cambie nuestra manera de pensar, nuestra manera de ver la vida. Lo primero que hace la Resurrección es que el Señor cambie nuestra manera de entender lo que somos, la vida misma.
A veces nos enredamos con la muerte, ciertamente que la vida es densa, difícil y hay acontecimientos que nos hunden y podemos decir este último que es el que más nos toca. Pero hay tantos acontecimientos de muerte, pero a veces nosotros nos enganchamos con la muerte y con lo morboso de la muerte, con lo dramático de la muerte y no somos capaces de generar vida, cambiar nuestra manera de vivir las cosas, el mundo.
Lo primero que hace Jesús resucitado es levantarnos, no busca en muerte, busca en vida, está Vivo.
En todos los textos evangélicos de la Resurrección las primeras testigos del Cristo Resucitado son mujeres, no son varones. Es más, son ellas las que anuncian a los apóstoles el primer encuentro: el protagonismo de la mujer. Tal vez, la resurrección es un nuevo parto que Dios está dándole a la humanidad. La resurrección de Jesucristo, y tal vez este momento de la historia tiene algo de parto, y está bien que las mujeres sean protagonistas de este tiempo, conocen lo que es parir, lo que es la vida, lo que es la novedad y la fuerza de la vida.
Y nosotros tenemos en muestra historia mujeres que han estado al lado de la vida, la han peleado, la luchan, mujeres que acompañan a sus hijos en situaciones dramáticas de droga y están al pie del cañón junto a sus hijos pariendo vida nueva, mujeres que acompañan a sus hijos que caen presos y los sostienen con una perseverancia que los varones no tenemos, mujeres que son capaces de luchas frente a las injusticias, hijos torturados, muertos, desaparecidos, mujeres que están al lado de la vida y son capaces de generar vida.
¿Qué es lo que nos regala el viviente? Una manera de vivir. Tal vez, todo este tiempo del protagonismo de la mujer, con sus más, sus menos,- según mi manera de pensar-, todo esto que veníamos viviendo está preparando una nueva etapa de la historia, en donde las mujeres tienen mucho que decir, mucho que aportar, mucho que hacer como las mujeres del evangelio.
Estar vivos siguiendo al Viviente es estar viviendo junto a él. Ellas salen porque ese personaje les dice “Vayan” y ellas salen, y ahí aparece Jesucristo al encuentro de ellas y les dice: “Alégrense, no tengan miedo”. Y lo primero que hacen las mujeres, se tiran a los pies de Jesús, lo abrazan y lo adoran. Vivir hoy como resucitados siguiendo al Viviente es estar unidos a Él, vitalmente unidos a Él, agarrados de sus pies, abrazándolo.
Y esto es más que los ritos que celebramos de comunión con Jesús. Hoy se nos pide que la unión con Jesucristo no sea sólo en la liturgia de la vida, sino que la unión con Jesucristo sea en lo cotidiano de la vida, no es unión solo a base de ritos; es unión a base de corazones que se unen al Viviente, al Resucitado que sale al encuentro en lo cotidiano de la vida.
Vivir como resucitados en este tiempo es el desafío de ir a Galilea. Jesús le dice a las mujeres “Vayan, díganle a mis hermanos, a mis amigos, a los apóstoles, que yo me quiero juntar con ellos en galilea”. No les dice Jerusalén que era el centro religioso. Les dice en Galilea, a donde los fue conociendo, donde los fue llamando, en el lugar donde trabajaban. La Galilea de la vida. Vivir con Él es ser capaces de que la vida cotidiana, la nuestra, la del vecindario, la del barrio, la del mundo se llene de esta luz nueva que es Jesucristo y su Evangelio.
Hoy estamos celebrando que el Señor está vivo en medio de situaciones complejas de muerte, de enfermedad, de hambre, de no trabajo. Pero estamos diciendo que hay alguien que levanta la vida, alguien que pasó por la muerte, que está vivo y levanta la vida.
Queridas hermanas, queridos hermanos: estamos celebrando la Pascua y la celebración de la Pascua nos regala toda la intensidad de la vida de Dios, toda la fuerza de la vida de Dios.
Lo que estamos haciendo es la experiencia de un Cristo que sale a nuestro encuentro para cambiar la vida. Los invito entonces a que ustedes en casa, nosotros acá en el templo, de verdad podamos experimentar que son felices pascuas. Y que esta Pascua también nos llena de la felicidad y de la alegría que viene de Dios.