A 500 años de la primera Misa en suelo argentino

Nuestro Arzobispo +Jorge Eduardo Scheinig, presidió este miércoles 1 de abril de 2020 la Eucaristía en el Santuario Basílica de Nuestra Señora de Luján, en acción de gracias por los 500 años de la primera misa en territorio argentino. En la homilía, el Arzobispo compartió el mensaje del Santo Padre Francisco al obispo de la diócesis de Río Gallegos, Mons. Jorge García Cuerva, que transcribimos a continuación

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva
Río Gallegos

Querido hermano,
Casa Santa Marta, 31 de marzo de 2020

Gracias por invitarme a estar más cerca de Ustedes en este día que recordamos la primera Eucaristía celebrada en vuestras tierras. Me contaron que trabajaron duro, con fuerza y mucha ilusión. Querían que la alegría y el festejo por el don recibido no quedara limitado a unos pocos,
sino que pudiera hacerse eco y alcanzar los distintos rincones del País. Sé
que por la situación dolorosa y angustiante que golpea tantas regiones del
mundo y a la que no son ajenos, tuvieron que cancelar la celebración como
la habían preparado. De repente, fuimos todos sorprendidos por una
pandemia que nos desconcertó y movilizó a cambiar nuestras actividades y
prioridades.

Estamos como los discípulos de Emaús, caminando con «el semblante triste» por lo que sucede, intranquilos por cómo se desarrollará y
preocupados por las consecuencias que dejará. Qué bien que nos hace en
este contexto decir suplicantes como ellos: «Quédate con nosotros, porque
es tarde y el día se acaba» Señor (Le. 24, 29). La presencia de Jesús en la
Eucaristía que, silenciosa y discretamente, nos acompaña desde hace más
de 500 años, es el sacramento de la alianza que Dios quiso sellar con su
pueblo, con nuestro pueblo: Él está en medio nuestro alentando el caminar.
Esta certeza que heredamos de nuestros padres y abuelos, es la reserva
espiritual que acompañó, moldeó y forjó el alma de nuestra Nación y que
queremos que geste también el futuro de nuestros hijos y nietos. Alimento
de vida en momentos de carestía y tribulación; y canasta rebosante de las
alegrías y gozos que tejieron nuestra historia.

En estos momentos donde el contacto viene medido y evitado, es
imprescindible que podamos rememorar y aprender ese sentir eucarístico
que sólo el Señor nos puede enseñar. No dejemos que la fiesta se apague,
no perdamos la oportunidad de asumir y acoger nuestro presente como un
tiempo propicio de gracia y salvación con todo el empeño que esto significa.

Hoy como ayer siguen resonando en los distintos pueblos, parroquias,
capillas, hospitales, colegios, casas, ciudades y barriadas las palabras del Señor «Hagan esto en memoria mía» (Le. 22, 19). Es su pueblo sacerdotal
que continúa la multiplicación de los panes para que a nadie le falte el
alimento que da vida. Es su pueblo sacerdotal que sabe «amar al prójimo
como a sí mismo» (Mt. 22, 39) ingeniándose creativamente para que nadie
quede al costado del camino. «Hagan esto en memoria mía» nos dice el
Señor: es el memorial de su amor misericordioso que continúa a levantar al
caído, liberar al cautivo y al oprimido, dar vista a los ciegos y proclamar un año de gracia en el Señor (Cfr. Le. 4, 16-21). Es el memorial de su compasión que se entrega como pan de reconciliación para achicar y sanar las heridas que dividen, enfrentan y dispersan. Es el memorial de su esperanza que nos regala la posibilidad, desde todo lo que nos diferencia, de sentirnos parte viva de un pueblo, de su pueblo. Es querer tomar parte en ese sueño de Dios que nos hermana e invita a inquietarnos santamente para que nadie viva en soledad, sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, una comunidad de fe que los abrace y un horizonte de sentido y de vida (cfr. Evangelii Gaudium, 49). «Hagan esto en memoria mía» es participar en ese sacrificio de comunión que nos invita a reconocer que no somos solamente pasibles afectados de un problema que nos rodea sino potenciales promotores de un bien que nos apremia. «Hagan esto en memoria mía» es dejarse tomar, bendecir y entregar como pan partido y compartido para la vida del mundo (cfr. Juan Pablo 11, Sacramentum Caritatis, 88).

Querido hermano, si bien estarás celebrando físicamente solo, tu
pueblo, nuestro pueblo argentino, te estará acompañando. Me contaste
que el mantel del altar está realizado con las intenciones que fueron
recogiendo durante todos estos meses con participación de gente de todo
el país. Es el santo pueblo fiel de Dios que sabe siempre rebuscárselas para bestar cerca del Señor; que, inclusive en medio de las restricciones e
impedimentos, busca la manera de escabullirse para «tocar su manto»,
ofrecer su vida, poner en el altar sus historias para que Jesús las unja con la gracia de su bendición. Me uno también desde aquí, como hijo y parte de este Pueblo de Dios que da gracias y celebra la fidelidad del Señor.
Que el Señor los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, te
pido que no se olviden de rezar y hacer rezar por mí.
Fraternalmente

Francisco