Homilía Misa Crismal de Mons. Agustín

Miércoles 23 de marzo de 2016

  Queridos hermanos:

            Estamos reunidos para celebrar la Misa Crismal, de tanta significación para nosotros sacerdotes. Este año con una orientación especial por tratarse del Año Jubileo de la Misericordia. Tendremos oportunidad de volver sobre este objetivo del Año Jubilar sean en la próxima peregrinación a Luján, el sábado 30 de abril, como también en los días del Congreso Eucarístico Nacional, del 16 al 19 de junio en Tucumán y también en nuestro Encuentro Arquidiocesano el 24 de septiembre en la ciudad de Mercedes.

            Pero ahora vayamos a la invitación del Papa.

            Al meditar en el tema del Año Jubilar, lo primero que me viene a la mente es nuestra identidad sacerdotal. Dios nos ha elegido. Por tanto tenemos la certeza de ser amados. “Yo los elegí a ustedes.”

            Ante esta elección tenemos claro en el horizonte nuestro ideal de vida: somos amados, somos de Dios para nuestro pueblo.

             Aquí aparece nuestra conciencia de límite. Descubrimos en nosotros una mezcla de incoherencias. Por un lado entrega de toda nuestra vida y por otro lado una mezquindad que nos avergüenza.

            Dice el Papa: “Todos nosotros vivimos la experiencia del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona.” (22). “Estamos llamados a vivir de misericordia porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia.” (9).

            El Papa nos presenta a Jesús, “rostro de la Misericordia del Padre. Jesús de Nazareht con sus palabras, con sus gestos y con su persona nos revela la misericordia del Padre”. (1) Esta es “la misión que Jesús ha recibido del Padre revela el misterio del amor divino en plenitud.” (8)

            “Este Jubileo es un tiempo de gracia para recordar y vivir que la misericordia de Dios siempre será más grande que nuestros pecados y nadie podrá poner un límite a su amor que perdona.” (3)

             De aquí nace nuestra actitud hacia los demás “Ser instrumento de perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad (14).

            “Dios desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. El perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón.” (9)

             Haber recibido el amor de Dios que borra nuestro pecado nos cambia el corazón. Para percibir este gran amor que nos hace misericordiosos, debemos, dice el papa, “colocarnos en la escucha de la palabra de Dios” (13). La palabra meditada y vivida nos hace misericordiosos. “Ha llegado, de nuevo para la Iglesia el tiempo del alegre anuncio del perdón. Es el tiempo del retorno a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos”. (10). Por eso “atravesando la Puerta Santa nos dejamos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometemos a ser misericordiosos como el Padre lo es con nosotros.” (14) “No juzgar y no condenar significa en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona”. (14). Más adelante dice el Papa: “Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa, se llega a ser cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca del perdón… Ellos están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia.” (17)

             Esta misericordia la vivimos con todos. “Como el Padre ama, así aman los hijos. Como El es misericordioso, así estamos llamados a ser misericordiosos los unos con los otros”. (9) y también dice el Papa “¡Como deseo que los próximos años estén impregnados de Misericordia para poder ir al encuentro de cada uno llevando la bondad y la ternura de Dios!”. (5)

            La Misericordia ha de abarcar a todos, también a quienes pertenecen a algún grupo criminal… y a las personas promotoras o cómplices de corrupción” (19). En el N° 15 el Papa explicita las obras de Misericordia y a cuantas personas podemos aliviar con el óleo de la consolación.

             Hoy en esta Misa Crismal amplío los lugares para vivir este año especial y por eso cada párroco en fecha oportuna podrá abrir en su templo la puerta del Jubileo para poder facilitar a la mayor cantidad de hermanos este don. Dice el Papa “en nuestras parroquias, en nuestras comunidades,…donde quiera que haya cristianos, cualquiera debería encontrar un oasis de Misericordia” (12)

            Porque el amor del Padre se hace visible en la vida de Jesús. Los signos que realiza hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la Misericordia. En El todo habla de Misericordia. Nada en El es falto de compasión” (8) “En las parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona”. (9)

             Dirijamos, ahora, “a la Virgen la antigua y simple oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la Misericordia, su Hijo Jesús”. (24)

            Y concluye la hermosa carta del Papa diciéndonos: “Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del Misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la Misericordia”. (25)

             Creo que en el lema “Misericordiosos como el Padre” está la síntesis de esta providencial propuesta de la Iglesia.

            El Señor nos ayude a vivirla. Así sea.

                                               + Agustín