Homilía de Mons. Agustín – Luján, Peregrinación arquidiocesana

Homilía Peregrinación arquidiocesana a Luján. 12 de octubre de 2013.

Queridos hermanos y hermanas:

Con motivo de nuestra peregrinación arquidiocesana al santuario de nuestra Madre de Luján, venimos a dar gracias, a traer nuestras suplicas por tantas necesidades que la Virgen le presenta a Jesús.

Es una buena ocasión para agradecer al Señor que esté guiando a la iglesia el querido Papa Francisco. Tantas veces ha visitado y distribuido la misericordia de Dios en esta casa de todos los argentinos, y ahora, con aquella misma humildad  y sencillez con que lo vimos, así como con gran generosidad, está  mostrando el camino de Jesús a todo el mundo. Gracias Madre y cuídalo mucho.

Podemos hacer solo una mirada atrás, a estos últimos años y descubrimos como el Señor nos fue preparando para este momento: nos ha iluminado a través de la sabiduría y sencillez del Papa emérito, Benedicto XVI, quien nos sorprendió con un gesto que puede brotar solo de alguien que busca la voluntad de Dios siempre, por lo tanto que vive en la fe, como fue su renuncia al pontificado. Ya antes, la fortaleza y la audacia del beato Papa Juan Pablo II, nos invito a abrir las puertas a Cristo, a no tener miedo y a salir a anunciar a todos la Buena Noticia. Damos gracias también porque el 27 de abril del próximo año junto al “papa bueno” Juan XXIII serán declarados santos. ¿Nos damos cuenta del fuerte paso de Dios en nuestro tiempo? ¡Cuántos testigos luminosos para ayudarnos en nuestro seguimiento del Señor!

Tenemos que ser capaces de ver también en nuestras comunidades, como se nos sugería en el documento por el año de la fe que estamos finalizando, a esos testigos de carne y hueso, que fieles a la voluntad del Padre y en medio de luchas y dificultades, han sido y son apoyos y sendas claras para ser discípulos misioneros de Jesucristo.

Los obispos en Aparecida hablábamos de la misión continental y de una nueva concepción de misión, que brota de la realidad de hijos de Dios que todos tenemos como bautizados. Aquellos que hemos recibido lo comunicamos y esto es siempre, en todos lados, con total generosidad. El papa Francisco nos decía en Río de janeiro, en el marco de las inolvidables Jornadas mundiales de la juventud que existe una misión paradigmática y otra programática. Lo paradigmático es modelo que siempre se ha de tener en cuenta. Se trata del modo y estilo de Jesús, que siempre llevó la Buena Noticia, en todo momento. Lo programático es aquello a lo que se le pone fecha y se realiza como esfuerzo conjunto para evangelizar. Un ejemplo de ello fue la invasión misionera que vivieron tantos jóvenes de nuestra arquidiócesis desde el 27 al 29 de septiembre pasado en Suipacha. Los felicito por esa iniciativa, que ya se ha repetido en varios lugares de la arquidiócesis. Se que hay muchas iniciativas especialmente en el verano, donde se programan estas misiones que son formas de compartir la fe. Sin dejar de hacer esto, es necesario que toda la comunidad desde el obispo sacerdotes, religiosos/as, familias, todos los fieles, nos sintamos responsables de la misión y seamos verdaderos discípulos misioneros.

Podemos pensar algunas realidades a las que prestar mayor atención durante el año pastoral que llega con 2014. La familia es el santuario de la vida, es el ámbito que necesitamos para crecer humana y cristianamente. Hemos de trabajar en cada parroquia, en todas las comunidades para las familias no se improvisen, que haya una seria preparación al compromiso que se asume. Tenemos que rezar mucho para que haya familias santas, que sean desde el trabajo cotidiano, desde el amor que los une, el fermento que sanee a la sociedad en que vivimos. Y no podemos pensar la familia como papa mama y los hijos protegidos por paredes y rejas de una casa, sino hemos de tender hacia una familia que se abre a los demás, que es servicial en el vecindario, que se ocupa de los necesitados, que tiene lugar y tiempo para los ancianos, que es escuela de comunión y de los valores que edifican a la persona. Una familia así es una familia misionera, es una fuente permanente de evangelización para los propios hijos y los demás.

Los jóvenes, que nos muestran con asombro cuanto son capaces de generosidad,  que contagiosa es su alegría y cuanto la sociedad y la iglesia necesitan de ellos: son la iglesia no solo en esperanza sino en realidad ahora. Tenemos que acompañarlos, escucharlos, mostrarles que la verdadera alegría solo se encuentra en Jesús y El necesita de sus manos, sus pies, su espontaneidad y entusiasmo para llegar a otros jóvenes y para renovar y por qué no, sacudir a quienes a veces nos acomodamos o endurecemos en la peregrinación cristiana. El papa francisco ha dejado una consigna al final de las Jornadas de Río: “Vayan sin miedo a servir”.

Las vocaciones son un fruto de la genuina búsqueda de la voluntad de Dios. Cuando la comunidad toda es capaz de mostrar a Jesucristo, seguramente habrá quienes puedan escuchar más fácilmente, por el ambiente de amor que se vive, por el testimonio alegre de los sacerdotes y consagrados, por la vida plena de las familias, por la apertura a todos, lo que el Señor quiere para sus vidas. ¿Te preguntaste delante de Jesús donde y para que me querés? Las vocaciones son un compromiso de todos y la oración mutua para que cada uno, encuentre el sentido de su vida a la luz de lo que Dios quiere es fundamental para la transmisión de una fe viva.

Los ancianos también han de ser preocupación diaria. Allí también como nos dice el papa francisco, no tenemos que dejarnos ganar por la cultura de lo descartable. ¡No son sobrantes, que ya no producen! Eso sería un vil utilitarismo materialista. En los abuelos está la sabiduría del encuentro con Jesús, la experiencia del camino recorrido y el consejo que puede iluminar nuestras dificultades. La misión y el amor Cristo nos comprometen concretamente a cuidar este tesoro que tenemos en la ancianidad. Allí también se ve el amor que nos tenemos y es testimonio evangélico para que otros crean.

Ya tenemos bastante como meta. Parece inalcanzable. Nos podemos preguntar cómo vamos a hacer para trabajar por la familia, los jóvenes, las vocaciones, los ancianos…con todo lo demás que no hay que dejar de hacer. No lo hacemos nosotros: lo hace Jesús en nosotros, por eso tomados de la mano de nuestra Madre, acerquémonos a Jesús, oremos mucho, recibamos los sacramentos, meditemos la palabra como experiencia de encuentro personal con el Maestro. Si serán sus sentimientos, sus miradas, sus deseos, sus acciones y palabras las que salgan de cada uno de nosotros. “de la abundancia del corazón habla la boca” si el corazón está lleno de Jesús, reflejaremos a Jesús, que es el único que sacia a todos.