Carta al pueblo de Dios en ocasión de la elección del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Los obispos argentinos estamos alegres y agradecidos de haber vivido con el pueblo de Dios la presencia cercana y providente del Señor. Reconocemos que Él mismo ha inspirado al Papa Benedicto el gesto humilde y profético de su renuncia. Esta decisión es un ejemplo muy valioso para la Iglesia y para el mundo entero. A este don se une la elección de Francisco, primer Papa latinoamericano y argentino. Ambos hechos constituyen un momento excepcional de la historia, que desde la fe nos alegra y nos conmueve. En nuestra tierra y en tantas partes del mundo, la gente manifestó no solamente su sorpresa, sino su gozo y su esperanza. Sentimientos que fueron vividos por creyentes y no creyentes. Nos complace ver en dichas reacciones la mano misericordiosa de nuestro Padre Dios, que camina con su pueblo en todo tiempo, y que nos ha bendecido en nuestros días con la abundancia de sus dones.
Esta historia de amor y de esperanza comenzó en aquel momento, en el que Cristo resucitado le preguntó a Pedro por tres veces: ¿Simón, hijo de Juan, me amas? (Jn 21,15-17). A la pregunta del Señor, le contestó Pedro otras tres veces, confesando su amor humilde y fiel hasta el martirio. Éste es el acontecimiento que hemos vivido de nuevo, con la elección del Papa Francisco, que también supo responder “sí” a Jesús, desde una fe confiada. En aquel momento, el Señor le encomendó a Pedro el cuidado pastoral del rebaño de la Iglesia, al mismo tiempo que lo invitó a seguirlo. Desde entonces, cada sucesor de Pedro -como ahora Francisco- ha de seguir a Jesús, porque Él es el Pastor supremo.
Por la predicación y el testimonio de Pedro y los apóstoles se fueron formando las comunidades cristianas. En ellas se compartía la enseñanza, la eucaristía y el amor fraterno. Viviendo de esa manera, la Iglesia ganó el corazón de los pueblos, a través de los siglos. Hoy, en el Año de la fe, el don de Francisco nos interpela de nuevo, y nos reclama proclamar con el Concilio Vaticano II: “Cristo es la luz de los pueblos”. Y porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, debemos llevar a todos los hombres y su cultura el Evangelio de Jesús. La Iglesia existe para ser servidora del mundo, en la búsqueda de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf LG 1).
Creer en Jesús y anunciar su Evangelio es la dicha mayor de los creyentes. Al amor misericordioso de Jesús que cautiva y consuela, debemos responderle de nuestra parte imitando el amor con que Él nos amó primero. No hay fundamento más grande para nuestra esperanza, que experimentar la misericordia del Señor, y ofrecerla en Su nombre a todos; especialmente a los pobres, sufrientes y excluidos.
La alegría de tener un Papa argentino, como también sus gestos y palabras, han conmovido los corazones y han renovado en ellos el gozo de pertenecer a la Iglesia. De esta manera, el Señor nos interpela a profundizar nuestro compromiso de discípulos misioneros, para ofrecer la esperanza a este mundo, necesitado de Dios y de sus dones de justicia, amor y paz.
La Virgen María cantó llena de gozo, que Dios se acordó de su misericordia (cf Lc 1,58). Ella nos auxilia ahora y siempre. A Nuestra Señora de Luján le pedimos que acompañe a nuestro Papa con su amor maternal.
105° Asamblea Plenaria
Conferencia Episcopal Argentina
Pilar, 19 de abril de 2013