Homilía de la Santa Misa de Ordenación Presbiteral de los diáconos Agustín Fernández y Lucas Jerez.
Catedral Basílica Nuestra Señora de las Mercedes.
24 de noviembre de 2012.
Queridos hermanos:
Alabamos y bendecimos al Señor porque prolonga la misión de Jesucristo Buen Pastor en las personas de los diáconos Agustín y Lucas, que serán ordenados presbíteros.
Ellos han respondido dócilmente al llamado y han escuchado “la silenciosa súplica de tantos hermanos que buscan la luz de la verdad y el calor del amor” como dice el texto tomado de la oración por las vocaciones del recordado y querido Papa Pablo VI, que eligieron como lema a seguir. Solo Jesucristo puede responder y llenar la necesidad de verdad y amor que existe en los corazones de todos los hombres.
Los sacerdotes hacemos presente hoy a Jesucristo, en la pobreza y debilidad de la condición humana, llena de imperfecciones, pero elevada por el mismo Dios, para transmitir la acción eficaz del Señor, único salvador de los hombres, esperanza cierta de Vida Eterna y fuente viva del amor. “El éxito de nuestro trabajo no depende tanto de nosotros, sino más bien de su presencia en nuestra actividad sacerdotal”[1].
Las lecturas de la Palabra de Dios elegidas para esta ocasión ponen de relieve algo que no es accesorio al ministerio sacerdotal, no se trata de una modalidad o una opción que puede no estar, sino más bien es lo fundamental, que podemos llamarlo “el estilo de Jesús”. Tiene que ver con una identificación con el Maestro que no tuvo en cuenta su divinidad y se humilló haciéndose hombre hasta morir crucificado. La cruz, instrumento de tortura y castigo denigrante, destinado a los más peligrosos delincuentes, fue el camino en la obediencia a la voluntad del Padre, que aceptó Jesús para mostrar cuanto nos ama rescatándonos de las garras del pecado y su más terrible consecuencia: la muerte. Jesús venció a la muerte con la Resurrección y, como dice la liturgia de la Iglesia, así como en un árbol el hombre se perdió, también en un árbol recobró la vida. La cruz es signo de salvación y triunfo sobre el mal[2]. Es la fuerza de Dios, que se manifiesta en la debilidad. Es lo que contraría los criterios triunfalistas del mundo: es locura para los paganos y escándalo para los judíos, dirá san Pablo (1Cor.1, 23). La sabiduría de Dios es una necedad para el mundo y lo que el mundo tiene por sabio, Dios lo rechaza.
Este estilo de Jesús que conlleva la humildad es también servicio, salida al encuentro del pecador, del necesitado. La búsqueda de la oveja perdida y el gozo por recuperarla, puestos de manifiesto en el Evangelio proclamado, es el sentido de la consagración: para eso te llama Jesús, para buscar las ovejas perdidas estará dedicada tu vida, sabiendo que el Pastor es El, no nosotros, el es el único que puede guiar a todos, en todas partes y siempre, como nos dice el salmo 23 “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú Señor, estás conmigo”.
La comunión de los hombres con Dios, hecha posible por la mediación de Jesucristo, los sacerdotes la ofrecen a todos y la realizan in persona Christi particularmente en la celebración de la Santa Misa y con el sacramento de la Reconciliación. El beato Papa Juan Pablo II decía al respecto: “Es un tiempo en el que, de manera especial, representáis al misericordioso redentor que se alegra por la conversión de los pecadores (…). A fin de vivir para Cristo y no para vosotros mismos, a fin de colaborar con el ministerio de la reconciliación y construir el reino de Dios, debemos cargar los sacerdotes la cruz y seguir a Jesús. No tengamos miedo de ser signos de contradicción”[3].
Íntimamente relacionado con los textos elegidos y con el ministerio sacerdotal está el servicio a la unidad que se espera del pastor. Jesús vino a reunir a las ovejas de Dios dispersas (Jn10, 16) y hoy escuchamos sobre el gozo que produce aunque sea una sola regresada al rebaño. Esta unidad ha sido alcanzada por la muerte en la cruz del Redentor. Allí la sangre de Cristo se ha derramado para todos aquellos que se abran a su amor y es la que borra los pecados y nos vivifica a todos, formando la unidad de su cuerpo. La unidad es el motor de la misión: somos discípulos misioneros para la Buena Noticia llegue a todos.
Dice el documento de Aparecida: “La Eucaristía es el centro vital del universo, capaz de saciar el hambre de vida y felicidad: El que me coma vivirá por mí –Jn. 6, 57-.En este banquete feliz participamos de la Vida eterna y así, nuestra existencia cotidiana se convierte en una Misa prolongada. Pero, todos los dones de Dios requieren una disposición adecuada para que puedan producir frutos de cambio. Especialmente, nos exige un espíritu comunitario, abrir los ojos y reconocerlo y servirlo en los más pobres: En el más humilde encontramos a Jesús mismo” (DA n°354).
Queridos Lucas y Agustín, el sacerdocio ministerial que hoy recibirán está al servicio del resto del pueblo de Dios, para que todos puedan alabar, bendecir y ofrecer sacrificios espirituales agradables al Padre, para que todos reciban la santificación que realiza el Espíritu del Señor y nos hace partícipes de su naturaleza divina (2Pe. 1,4).
Les quiero agradecer el si generoso, que fue creciendo en sus familias, primera educadora de la fe y cuna de las vocaciones. Familias que ahora se benefician de manera particular con la consagración de ustedes: decía san Juan Bosco que el mejor regalo que Dios puede hacer a una familia es darle un hijo sacerdote. También hubo catequistas, sacerdotes y amigos que supieron acompañar esta respuesta, así como en este último tiempo la formación recibida en el seminario Santo Cura de Ars por parte de toda la comunidad: compañeros seminaristas, profesores, parroquias de pastoral de fin de semana, formadores. Gracias a todos.
La iglesia los necesita, los cuida y acompaña. Particularmente los encomiendo a María Santísima, madre de los sacerdotes, para que unidos cada día más a Jesús, se entreguen con docilidad como Ella, al servicio de la Palabra en bien de los hermanos.