Queridos hermanos sacerdotes:
En este año de la fe, providencialmente convocado por el Papa Benedicto XVI, conmemorando los 50 años de la apertura del Concilio, quiero poner de relieve una de las riquezas que el Vaticano II rescató de la Iglesia primitiva al “volver a fuentes”. Es para ir creando conciencia y discerniendo en las oportunidades necesarias.
Como todos conocen, desde mi llegada como pastor de esta arquidiócesis, algunos me han hecho presente la necesidad de instaurar formalmente el Diaconado Permanente. Ante esto, preferí hacer el camino juntos, escuchando ampliamente el parecer de cada uno de ustedes, no solo de manera personal y privada, sino en los contextos eclesiales de las reuniones de zonas pastorales y de las jornadas de formación pastoral, donde hemos tenido oportunidad de acceder al Plan de Formación de los Diáconos Permanentes en la Argentina (ad experimentum) elaborado por la Conferencia Episcopal. Como conclusión unánime de la jornada de formación pastoral se aceptó la instrumentación de la formación en la arquidiócesis.
¿Qué es el Diaconado permanente?
El Concilio Vaticano II ha restituido el Diaconado Permanente como grado propio de la Jerarquía (LG 29) y las Congregaciones para el Clero y la Educación Católica, respectivamente, han dado pautas claras para su implementación. Allí dicen en una introducción común “es conveniente y útil que los hombres que en la Iglesia son llamados al ministerio verdaderamente diaconal, tanto en la vida litúrgica y pastoral, como en las obras sociales, sean fortalecidos por la imposición de manos transmitida desde los Apóstoles, y sean más estrechamente unidos al ministerio del altar, para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental del diaconado.”[1]
El Diácono Permanente es alguien que pueda lograr una intima identificación con Cristo servidor, en el seno y al servicio de la comunidad cristiana. Para esto se implementará un itinerario formativo que abarque todas las dimensiones (humana – espiritual- doctrinal y pastoral).
El Diácono Permanente, que puede ser a la vez célibe, casado o viudo, se ha de insertar de manera armónica en la pastoral de la diócesis, en comunión con el Obispo, con sus hermanos Diáconos, estrechamente unidos al Presbiterio y demás miembros del Pueblo de Dios.
En caso de ser vocaciones de varones ya casados, tendrán que contar con la aceptación y un camino juntos de discernimiento con su esposa y sus hijos.
El sustento económico dependerá del trabajo, profesión u otros medios lícitos que el mismo candidato posea.
Los destinos pastorales siempre dependerán del obispo, que tendrá en cuenta cada realidad particular.
¿Qué no es?
No se trata de proponer a los “amigos”. Tampoco no proponer a los menos amigos. Como verdadera vocación, habrá que discernir los signos del llamado, que siempre es de parte del Señor.
Habrá que evitar que se genere la falsa conciencia de que el Diaconado es un mejor posicionamiento en el “status eclesiástico”. Es verdadera vocación.
No puede ser alguien muy bueno, que hace mucho tiempo que ayuda en la comunidad y tiene tiempo (por ejemplo un jubilado): “ya que está podría recibir el Diaconado”.
No es así: el Diaconado es verdadera vocación.
¿Cómo comenzamos?
Será necesaria una catequesis lo más amplia posible y una pastoral vocacional sobre el Diaconado permanente.
Se tendrá en cuenta siempre que se trata de una vocación específica y como tal, será necesario discernirla y no solo experimentarla por parte del candidato sino contar con la aprobación objetiva de la iglesia: aval del párroco, voto de los formadores, consultas a quienes se crea necesario y llamado por parte del Obispo.
Los párrocos serán los iniciadores del proceso formativo, comenzando por ayudar al candidato a discernir su vocación y presentarlo al Obispo a través de una carta.
Habrá un equipo, presido por el obispo, e integrado además por un director de la formación, un tutor, un director espiritual y el propio párroco.
Una vez presentados los candidatos, se comenzará con el período propedéutico (un año aproximadamente) con encuentros periódicos a cargo del director de la formación. Luego, se desarrollará el plan formativo, ajustado a las normativas que figuran en el directorio (CEA).
La formación inicial, después de este año propedéutico ha de durar al menos tres años y la modalidad se presentará en sucesivas comunicaciones. Habrá temas presenciales y temas a distancia, tratando de facilitar lo más posible la participación, sin perjudicar horarios de trabajo ni tampoco la vida familiar de los casados.
Nos encomendamos especialmente al Nuestra Señora de Luján, servidora fiel de la Palabra, para que esta riqueza de la Iglesia pueda llevarse adelante en nuestra arquidiócesis con la mayor serenidad y seriedad posible, para que pronto podamos gozar todos de este carisma redescubierto por el Concilio pero presente desde los comienzos de nuestra fe. Los animo y bendigo.
+Agustín Radrizzani
Arzobispo de Mercedes – Luján