Los discípulos de Emaús , Lc 24, 13 – 35
En 1816 fueron necesarios innumerables sacrificios para lograr el objetivo común de la independencia y comenzar a ser una nación libre. La composición de esa nueva nación tuvo numerosas vertientes, algunas aparentemente inconciliables aunque, gracias al tesón, la claridad de horizonte, la búsqueda común del objetivo independentista y la confianza en Dios, aquellos hombres hicieron posible lo que desde cada sector en particular hubiera sido inalcanzable; tuvieron la magnanimidad necesaria a las grandes causas, la abnegación y búsqueda de intereses comunes animaron las cuantiosas renuncias y sostuvieron perseverantemente la esperanza de alcanzar la libertad que era, en aquel momento una mera declaración de principios.
El evangelio que acabamos de escuchar es un claro testimonio de las consecuencias que puede tener la falta de esperanza, el ensimismamiento, la carencia, en definitiva, de un horizonte, de una motivación. Aquellos discípulos de Emaús vuelven derrotados, caminaban entristecidos y rumiando sus angustias. Ni siquiera pudieron reconocer que Jesús caminaba con ellos. Lo tomaron por un forastero.
Es lo que suele pasar cuando no tenemos esperanza, cuando no levantamos la cabeza porque tampoco tenemos una dirección, un horizonte donde dirigirnos. La tentación del desánimo, de echarnos culpas, de no tolerar al que camina con nosotros y de encerrarnos en nuestra propia casa (allí iban los dos hombres de Emaús, a seguir solos y tristes) está siempre latente.
Jesús toma la iniciativa y deja que se desahoguen: ¿de que conversaban en el camino? Escucha el drama de aquellos peregrinos y luego, recién después de dejarlos hablar, les ilumina la mente y el corazón. Les hace ver el plan de Dios, el proyecto de salvación que venía realizándose desde el principio y que conduce hacia la Vida, hacia El.
Escucharlo a Jesús significa para los dos hombres salir de si mismos, abrirse a las necesidades de los demás: invitan a aquel “forastero” a quedarse con ellos: tienen un gesto de solidaridad, le abren su casa y allí, al partir Jesús el pan, recobran el sentido. Lo reconocen como vivo y presente, estallan en alegría y en acción misionera, que los hace llevar a los otros la buena noticia.
¿No será que también como argentinos hoy nos rodean la tristeza, el desánimo, la falta de esperanza, de solidaridad? ¿No será estamos desmotivados, y caminamos sin sentido, con la cabeza baja, sin verdaderos horizontes?
Las motivaciones genuinas, las que hacen capaces de renuncias y sacrificios, son, evidentemente las que dan sentido a la vida, son aquellas cosas por las que merece la pena vivir, merece la pena sufrir e incluso, merecen dar la propia vida.
Podemos preguntarnos también quién es, quienes somos los argentinos, quienes somos los herederos de aquellos hombres que se fijaron el horizonte amplio de una Patria libre y, sin pretender agotar el espectro de la realidad, nos encontramos con una inmensa mayoría de hombres y mujeres de buena voluntad, de trabajo honesto, de lucha diaria para construir un porvenir mejor, de gran sentido de familia como núcleo vital para el crecimiento sano integral, de hondo sentido religioso, que invoca a Dios y sabe que no falla.
Tal vez el reproche de Jesús hoy nos venga bien “¡hombres duros de entendimiento!”. Redescubramos los grandes horizontes de nuestros antepasados: la verdad, la libertad, la justicia, el bien común expresado en un proyecto de nación en el que todos estemos comprendidos y por el que valga la pena realizar el sacrificio de la construcción esperanzada una patria grande, una patria de hermanos.
Pongámonos en manos de la Virgen de Luján, madre y patrona de todos los argentinos, ella es Nuestra Señora de la Esperanza que nos dice: “¡Argentina, canta y camina!”.
Para lograr esto, me permito dejar algunas reflexiones para seguir rumiando:
1) Tener clara conciencia que no somos poseedores de la verdad, sino que nos ayudamos todos a descubrirla juntos.
2) La duración del conflicto gobierno – campo nos ha perjudicado a todos. Se ha frenado el país.
3) El rol que juega el Congreso nunca ha de ser meramente formal donde cuenta el número y la mayoría. La verdad no puede ser cuantitativa sino que ha de ser cualitativa.
4) No se ha valorado suficientemente la cultura del interior que está signada por grandes valores como el trabajo, la familia, la solidaridad y la fe.