Celebramos la Vida Consagrada. Monasterio de Carmelitas Descalzas Santa María de Luján

En el marco de la Jornada Nacional de la Vida consagrada, queremos conocer, dar gracias y rezar especialmente por las comunidades religiosas presentes en nuestra arquidiócesis. Hoy te invitamos a compartir la vida del Monasterio de Carmelitas Descalzas, Santa María de Luján en este video.

Compartimos también esta nota extraída de la Redacción del Grupo La Verdad del pasado 7 de septiembre, en la que la Hermana Alejandra María de la Eucaristía,  narra su experiencia de vida en el Carmelo.

Redacción Grupo La Verdad

La Hermana Alejandra María de la Eucaristía, Superiora del Convento de Carmelitas Descalzas de Luján, en diálogo con La Verdad nos contó su experiencia de vida.

Este convento es muy particular ya que se encuentra a pocos metros de la Basílica de la Virgen de Luján, y las Hermanas Carmelitas tienen un vínculo muy estrecho con el Santuario.

Comenzó diciendo que “mi nombre es Alejandra Beatriz Mansilla, tengo 61 años. Nací el 21 de marzo de 1959 en la ciudad de Rosario, en un barrio pobre, en el seno de una familia pobre. También nuestra casa era pobre, con ladrillos de adobe, y techo de chapa, con un árbol paraíso grande del que colgaba una hamaca. Soy la tercera con dos hermanos mayores; Luis y Carlos”.

La Acción Católica
Luego, la hermana Alejandra relató que “siempre fui muy coqueta, me gustaba usar tacos muy altos y pintarme bastante. La simpatía siempre me acompañó. En el secundario me puse de novia con un chico que se llamaba Sergio. A los 19 años me propuso casamiento y le  dije a mi mamá que no era feliz. Ella me respondió que lo pensara bien, para que no me pasara lo mismo que a ella. Eso me bastó para terminar con la angustia que me cerraba la garganta”.

“Un amigo de mi hermano Carlos, que era de Acción Católica, me invitó a hacer un retiro espiritual de 3 días. Tanto me insistió que fui por cansancio. Yo decía por entonces que no necesitaba confesarme. Al salir de la capilla llorando tropecé y se cayeron papeles y cartas que llevaba en las manos. ¿Quién me ayudó a recogerlos? El sacerdote que estaba allí acompañando el encuentro pensaba que estaba sola. Lo miré a los ojos y, entre lágrimas, inicie mi confesión. Era el Padre Raúl Parodi, ya está en el cielo junto a Dios. Él después me acompañó en mi proceso vocacional. Me sugirió visitar congregaciones de religiosas y ver lo que hacían, pero yo no quería saber nada con ser monja”, recordó.

Idas y vueltas
Después de muchas idas y venidas, la Priora del Convento de las Carmelitas Descalzas, Madre Margarita, le propuso hacer una experiencia.
“Tenía miedo, no sabía cómo decírselo a mi madre. Tras la excusa de que iba a hacer un retiro de una semana finalmente fui. Por entonces yo trabajaba en la administración de una casa de vestir para caballeros. Cuando estuve entre las Hermanas en el Carmelo, me sentí como pez en el agua. Encontré lo que quería vivir para siempre. Descubrí que desde la oración podía estar con todas las personas, con todas las religiosas que había conocido, que estaban en los hospitales, en las cárceles, en los geriátricos, en las parroquias, en las escuelas. Descubrí que el Señor me amaba y que había encontrado lo que tanto buscaba: la felicidad. Felicidad que no he perdido nunca”, manifestó.

La hermana Alejandra ingresó en el convento cumplidos los 24 años, el 2 de abril de 1983, un día de Pascua.

“Llevo 37 años de religiosa, y aunque he pasado por momentos dolorosos, nunca perdí la alegría interior, ni se me cruzo por la cabeza dejar de ser monja, dejar la vida religiosa”.

Las Carmelitas
Sobre la llegada al convento de Luján, relató que “después con dos Hermanas más, Isabel que vive y está postrada con 93 años, y Josefina, que me espera junto a Jesús, llegamos al Convento de Carmelitas Descalzas de Luján el 4 de Diciembre de 1994, yo con permiso por 3 años para ayudar a la comunidad y acá estoy todavía. Actualmente soy la priora, madre superiora, del monasterio carmelita “Santa María de Luján”.

“Hoy puedo decir que vine a Luján no para ayudar, sino para ser ayudada, re-engendrada en el seno de la Virgen Madre. En sus entrañas he sido sanada, en su corazón consolada, en sus brazos acariciada, bajo su manto cobijada. Luján es tierra bendita, tierra prometida para todos los hijos de Dios, los lejanos y los cercanos. Siento que mi vocación más profunda es ser hermana de la Humanidad. Hermana porque me reconozco profundamente pobre, pecadora y a la vez amada y llena de dones, que le pertenecen a Dios. También tuve miedo en los comienzos de esta pandemia de covid-19. Corrí a los brazos de la Virgen y le dije de mis miedos que son de todos, de la tristezas que han pasado y sufren los enfermos, de aquellos que han perdido sus seres queridos sin poder en algunos de los casos despedirlos.

Pienso en los que están en la calle, en los niños, en los ancianos, le hablo a Jesús de ellos no me son indiferentes, son mis Hermanos, son Jesús. Por ellos me entrego cada día. Esta es la Vida de la Carmelita, latir en y con los otros. Nuestra vida tiene sentido porque la entregamos al servicio del Pueblo de Dios. Viviendo esta realidad me siento Hermana, Amiga, Madre, no sólo de mis Hermanas de comunidad, sino de muchos en el espíritu de Dios”, finalizó.